

La Reina de los Peces
Gerard de Nerval
“La Hijas del Fuego”
Éranse en la Provincia de Valois, en medio de los bosques de Villers-Cottere, un niño y una niña que de vez en cuando se encontraban a las orillas de un riachuelo de la región, el uno obligado por un leñador llamado Tord Chene (retuercerobles), que era tío suyo, a recoger leña muerta, la otra enviada por sus padres para recoger unas anguilillas que el descenso de las aguas permite atisbar entre el limo en ciertas estaciones. Aun debía, a falta de otras cosas, alcanzar entre las piedras los cangrejos de río, muy numerosos en algunos sitios.
Pero la pobrecita, siempre encorvada y con los pies en el agua, era tan compasiva para con los sufrimientos de los animales que, al ver las contorsiones de los peces que sacaba del río, las mas veces los volvía a echar en él, y apenas solía traer cangrejos, que ha menudo le pellizcaban los dedos hasta hacerle sangrar, y para con los cuales se volvía entonces menos indulgente.
El niño por su parte, al hacer las gavillas de leña y manojos de brezo, a menudo se veía expuesto a los reproches de Tord Chene, ora porque no había traído bastante, ora porque se había entretenido demasiado en charlar con la pastorcilla.
Había cierto día de la semana en la que aquellos dos niños no se encontraban nunca... ¿Cuál era ese día? Seguramente el mismo día que el hada Melusina se convertía en pez y las princesas del Edda en Cisnes.
Al día siguiente de uno de ellos, el pequeño leñador dijo a la pescadora: “Te acuerdas de que ayer te vi pasar por allí, por las aguas del Challepont, con todos los peces haciéndote cortejo... hasta las carpas y los lucios; y tú eras también un pez rojo, muy bonito, con los costados todos relucientes de escamas de oro?
Si me acuerdo, dijo la niña, porque yo te vi a ti, que estabas en la orilla del agua, y parecías una encina muy bonita, que tenia las ramas de arriba de oro... y todos los arboles del bosque se inclinaban hasta el suelo saludándote.
Es verdad, dijo el niño, yo he soñado eso.
Yo también he soñado lo mismo que has dicho tú; pero ¿cómo nos hemos encontrado los dos en el sueño?...
En aquel momento quedo interrumpida la conversación por la aparición de Tord Chene, que golpeo al niño con un grueso garrote, reprochándole que aun no hubiese atado ninguna gavilla.
Y además, ¿no te he recomendado que tronches las ramas que cedan fácilmente y las añadas a las gavillas?
Es que, dijo el niño, el guarda me metería en la cárcel si encontrase madera viva entre mis gavillas... Y además, cuando he querido hacerlo, como me había dicho usted, oía quejarse al árbol.
Igual que yo, dijo la niña, cuando llevo peces en la cesta, los oigo cantar tristemente que los vuelvo a echar al agua... ¡Y entonces me pegan en casa!
¡Cállate, picaruela! Dijo Tord Chene, que parecía animado por la bebida, estas distrayendo a mi sobrino de su trabajo. Te conozco muy bien, con esos dientes puntiagudos de color perla... Eres la Reina de los peces. ¡ Pero ya sabré yo cogerte en cierto día de la semana, y perecerás en el mimbre... en el mimbre!
Las amenazas que había hecho Tord Chene en su embriaguez no tardaron en cumplirse. La niña se hallo atrapada en la forma de pez rojo que el destino le obligaba a tomar ciertos días. Por ventura, cuando Tord Chene quiso, haciéndose ayudar por su sobrino, sacar del agua la hasa de mimbre este reconoció el hermoso pez rojo de escamas de oro que había visto en sueños, como transformación adicional de la pastorcilla.
Se atrevió a defenderla contra Tord Chene, he incluso le golpeo con un zueco. Éste, furioso, le agarro del pelo intentando derribarlo; pero se extraño de encontrar una resistencia muy grande: es que el niño estaba agarrado a la tierra por los pies con tanta fuerza que su tío no podía lograr arrancarlo ni derribarlo, y le hacia girar en vano en todos los sentidos.
En el momento en que iba a resultar vencida la resistencia del niño, los árboles del bosque se estremecieron con un ruido sordo, las ramas agitadas hicieron silbar a los vientos y la tempestad hizo retroceder a Tord Chene, que se retiro a su cabaña de leñador.
Pronto salió de ella, amenazante, terrible y transfigurado como un hijo de Odin; en su mano brillaba un hacha escandinava que amenazaba los árboles, igual al martillo de Thor que hiende las rocas.
El joven rey de los bosques, víctima de Tord Chene – su tío usurpador – , sabia ya cual era su rango, que le querían ocultar. Los árboles le protegían, pero solo por su masa y resistencia pasiva...
En vano se entrelazaban por todos lados malezas y retoños para detener los pasos de Tord Chene, este ha llamado a sus leñadores y va trazándose camino a través de aquéllos obstáculos. Han caído ya bajo las hachas y destrales varios árboles que antaño, en tiempos de viejos druidas, fueron sagrados.
Por ventura la Reina de los peces no había perdido su tiempo. Había ido a arrojarse a los pies del Marne, del Oise y del Aisne, los tres grandes ríos vecinos, representándoles que si no detenían los proyectos de Tord Chene, con sus terribles leñadores, los bosques demasiados despejados ya no detendrían los vapores que producen las lluvias y que abastecen de agua a lo arroyos, ríos y albuferas; que los propios manantiales se agostarían y ya no harían manar el agua necesaria para alimentar a los ríos, sin contar con que se verían destruidos todos los peces, así como los animales silvestres y pájaros.
Los tres grandes ríos se avinieron de tal modo sobre aquello que en el suelo en el que Tord Chene con sus compañeros, trabajaban en la destrucción de los árboles – sin haber podido alcanzar aún, con todo, al joven príncipe de los bosques – fue enteramente anegado por una inmensa inundación, que no se retiro sino tras la destrucción completa de los agresores.
Fue entonces cuando el Rey de los bosques y la Reina de los Peces pudieron reemprender sus inocentes conversaciones.
Ya no eran un leñadorcito y una pescadorcilla, sino un silfo y una ondina que, más tarde, fueron legítimamente unidos.
Gerard de Nerval
“La Hijas del Fuego”
Éranse en la Provincia de Valois, en medio de los bosques de Villers-Cottere, un niño y una niña que de vez en cuando se encontraban a las orillas de un riachuelo de la región, el uno obligado por un leñador llamado Tord Chene (retuercerobles), que era tío suyo, a recoger leña muerta, la otra enviada por sus padres para recoger unas anguilillas que el descenso de las aguas permite atisbar entre el limo en ciertas estaciones. Aun debía, a falta de otras cosas, alcanzar entre las piedras los cangrejos de río, muy numerosos en algunos sitios.
Pero la pobrecita, siempre encorvada y con los pies en el agua, era tan compasiva para con los sufrimientos de los animales que, al ver las contorsiones de los peces que sacaba del río, las mas veces los volvía a echar en él, y apenas solía traer cangrejos, que ha menudo le pellizcaban los dedos hasta hacerle sangrar, y para con los cuales se volvía entonces menos indulgente.
El niño por su parte, al hacer las gavillas de leña y manojos de brezo, a menudo se veía expuesto a los reproches de Tord Chene, ora porque no había traído bastante, ora porque se había entretenido demasiado en charlar con la pastorcilla.
Había cierto día de la semana en la que aquellos dos niños no se encontraban nunca... ¿Cuál era ese día? Seguramente el mismo día que el hada Melusina se convertía en pez y las princesas del Edda en Cisnes.
Al día siguiente de uno de ellos, el pequeño leñador dijo a la pescadora: “Te acuerdas de que ayer te vi pasar por allí, por las aguas del Challepont, con todos los peces haciéndote cortejo... hasta las carpas y los lucios; y tú eras también un pez rojo, muy bonito, con los costados todos relucientes de escamas de oro?
Si me acuerdo, dijo la niña, porque yo te vi a ti, que estabas en la orilla del agua, y parecías una encina muy bonita, que tenia las ramas de arriba de oro... y todos los arboles del bosque se inclinaban hasta el suelo saludándote.
Es verdad, dijo el niño, yo he soñado eso.
Yo también he soñado lo mismo que has dicho tú; pero ¿cómo nos hemos encontrado los dos en el sueño?...
En aquel momento quedo interrumpida la conversación por la aparición de Tord Chene, que golpeo al niño con un grueso garrote, reprochándole que aun no hubiese atado ninguna gavilla.
Y además, ¿no te he recomendado que tronches las ramas que cedan fácilmente y las añadas a las gavillas?
Es que, dijo el niño, el guarda me metería en la cárcel si encontrase madera viva entre mis gavillas... Y además, cuando he querido hacerlo, como me había dicho usted, oía quejarse al árbol.
Igual que yo, dijo la niña, cuando llevo peces en la cesta, los oigo cantar tristemente que los vuelvo a echar al agua... ¡Y entonces me pegan en casa!
¡Cállate, picaruela! Dijo Tord Chene, que parecía animado por la bebida, estas distrayendo a mi sobrino de su trabajo. Te conozco muy bien, con esos dientes puntiagudos de color perla... Eres la Reina de los peces. ¡ Pero ya sabré yo cogerte en cierto día de la semana, y perecerás en el mimbre... en el mimbre!
Las amenazas que había hecho Tord Chene en su embriaguez no tardaron en cumplirse. La niña se hallo atrapada en la forma de pez rojo que el destino le obligaba a tomar ciertos días. Por ventura, cuando Tord Chene quiso, haciéndose ayudar por su sobrino, sacar del agua la hasa de mimbre este reconoció el hermoso pez rojo de escamas de oro que había visto en sueños, como transformación adicional de la pastorcilla.
Se atrevió a defenderla contra Tord Chene, he incluso le golpeo con un zueco. Éste, furioso, le agarro del pelo intentando derribarlo; pero se extraño de encontrar una resistencia muy grande: es que el niño estaba agarrado a la tierra por los pies con tanta fuerza que su tío no podía lograr arrancarlo ni derribarlo, y le hacia girar en vano en todos los sentidos.
En el momento en que iba a resultar vencida la resistencia del niño, los árboles del bosque se estremecieron con un ruido sordo, las ramas agitadas hicieron silbar a los vientos y la tempestad hizo retroceder a Tord Chene, que se retiro a su cabaña de leñador.
Pronto salió de ella, amenazante, terrible y transfigurado como un hijo de Odin; en su mano brillaba un hacha escandinava que amenazaba los árboles, igual al martillo de Thor que hiende las rocas.
El joven rey de los bosques, víctima de Tord Chene – su tío usurpador – , sabia ya cual era su rango, que le querían ocultar. Los árboles le protegían, pero solo por su masa y resistencia pasiva...
En vano se entrelazaban por todos lados malezas y retoños para detener los pasos de Tord Chene, este ha llamado a sus leñadores y va trazándose camino a través de aquéllos obstáculos. Han caído ya bajo las hachas y destrales varios árboles que antaño, en tiempos de viejos druidas, fueron sagrados.
Por ventura la Reina de los peces no había perdido su tiempo. Había ido a arrojarse a los pies del Marne, del Oise y del Aisne, los tres grandes ríos vecinos, representándoles que si no detenían los proyectos de Tord Chene, con sus terribles leñadores, los bosques demasiados despejados ya no detendrían los vapores que producen las lluvias y que abastecen de agua a lo arroyos, ríos y albuferas; que los propios manantiales se agostarían y ya no harían manar el agua necesaria para alimentar a los ríos, sin contar con que se verían destruidos todos los peces, así como los animales silvestres y pájaros.
Los tres grandes ríos se avinieron de tal modo sobre aquello que en el suelo en el que Tord Chene con sus compañeros, trabajaban en la destrucción de los árboles – sin haber podido alcanzar aún, con todo, al joven príncipe de los bosques – fue enteramente anegado por una inmensa inundación, que no se retiro sino tras la destrucción completa de los agresores.
Fue entonces cuando el Rey de los bosques y la Reina de los Peces pudieron reemprender sus inocentes conversaciones.
Ya no eran un leñadorcito y una pescadorcilla, sino un silfo y una ondina que, más tarde, fueron legítimamente unidos.
0 comentarios:
Publicar un comentario