Montaña y Arbol

Poesía, Cuentos, Arte y Literatura

martes, julio 17, 2007

"Mi Estrella" Rafael Martel



Mi estrella

Una noche impensada
Durante el estío
Una estrella olvidada
Brillo frente mío

Alumbrase el camino
Por la estrella fulgente
Inundando recuerdos
Que me llenan la mente

Y la luz de la estrella
Hace tiempo no hallada
Quédose fijada
En el cielo encarnada

Y este astro hermoso
Con su luz insinuaba
Una camino sinuoso
Más allá, el guiaba


En el cielo entonces
La estrella brillaba
Inundando el camino
Con su luz lo bañaba

El camino llevaba
A un hermoso portón
Que en su dintel detallaba
La historia de Ella y Él.
Allí se contaba

Y la historia narraba
Un amor tan fuerte
Como en la roca labrada
Que ni la muerte
O las vidas pasadas
Ni el musgo del tiempo
Consiguieron taparla
y tampoco jamás, ni nunca
A pesar del dolor y la pena
Y las lagrimas lloradas
Conseguirían borrarla.



Rafael Martel

lunes, julio 16, 2007

"Siringa" Rafael Martel



Siringa


Siringa ninfa
De siempre hermosa
Fístula cantante
De muchas notas
Soplando el viento
Resuenan todas.


Sabrá el hombre
Que te utiliza
Del aquel crimen
Que martiriza
Al viejo dios
De chivo patas
Tenía dos.


El Dios sátiro
Llego al Tabor
Región que habita
Siringa en flor
Siringa caza
Su presa al sol
Siringa es virgen
Desta región.

Que bella es ella
Repara el dios
Que al verla
Tan misteriosa
La encuentra bella
La encuentra hermosa
La encuentra digna
De hacerla diosa.


Decide entonces
Hacerla suya
Aunque esta niegue
Aunque esta hulla.
Huye la ninfa
En la espesura
Siringa virgen
Siringa pura.

Blancas sus carnes
Blancas sus túnicas
Blanca su alma
Sin mancha alguna.
La ninfa fiera
Se niega altiva
Oídos sordos
A las rogativas.


Los ruegos sordos
Se hacen fuerza
De un salto inmenso
Ya Pan la toma
Pero como encantamiento
Cambia su forma.
En huecas cañas,
Su cuerpo torna.

Su cuerpo es cañas
De huecas formas
Su cuerpo en fístulas
Produce notas
Al resoplido de Pan
Escapan todas
Llenando al bosque
De melodías.



Quererla amar
El dios desea
Siringa es cañas
En la ribera.


Manojo de fístulas
El dios que crea
El dios que ama
A su ninfa fiera
Jurando por aquella flauta
Amarla entera
Amarla toda
Por siempre
Soplando en ella




Rafael Martel


domingo, julio 08, 2007

Pessoa


No tengas nada en las manos
Ni un recuerdo en el alma.

Que cuando te pongan
En las manos el óbolo ultimo,

Al abrirte la manos
Nada te caerá

¿Qué trono quieren darte
Que Átropos no te quite?

¿Qué laureles que no se mustien
En los arbitrios de Minos?

¿Qué horas que no te hagan
De la estatua sombra

Que serás cuando estés
En la noche y al final del camino?

Coge las flores y suéltalas,
de las manos apenas las miraste,

Siéntate al sol. Abdica
Y sé rey de ti mismo.

Segunda Vida



FOBETOR

Hay cerca de los cimerios, en un largo receso, una caverna,
un monte cavo, la casa y los penétrales del indolente Sueño,
en donde nunca con sus rayos, o surgiendo, o medio, o cayendo,
Febo acercarse puede. Nieblas con bruma mezcladas
exhala la tierra, y crepúsculos de dudosa luz.
No la vigilante ave allí, con los cantos de su encrestado busto,
evoca a la Aurora, ni con su voz los silencios rompen
solícitos los perros, o que los perros más sagaz el ganso.
No las fieras, no los ganados, no movidas por un soplo las ramas
o su sonido devuelve la barahúnda de la lengua humana.
La muda quietud lo habita. De una roca, aun así, honda,
sale el arroyo del agua del Olvido, merced al cual, con su murmullo resbalando,
invita a los sueños su onda con sus crepitantes guijarros.
Ante las puertas de la cueva fecundas adormideras florecen
e innumerables hierbas de cuya leche el sopor
la Noche cosecha y lo esparce húmeda por las opacas tierras.
Puerta, para que chirridos al volverse su gozne no haga,
ninguna en la casa toda hay, guardián en el umbral ninguno.
En medio un diván hay, del antro, de ébano, sublime él,
plúmeo, negricolor, de endrino cobertor tendido,
en donde reposa el propio dios, sus miembros por la languidez relajados.
De él alrededor, por todas partes, variadas formas imitando,
los sueños vanos yacen, tantos cuantos una cosecha de aristas,
un bosque lleva de frondas, de escupidas arenas una playa.
Adonde una vez que penetró y con sus manos, a ella opuestos, la doncella
apartó los Sueños, con el fulgor del su vestido relució
la sagrada casa, y el dios, yacentes ellos de su tarda pesadez,
apenas sus ojos levantando, y una vez y otra desplomándose,
y lo alto del pecho golpeándose con su bamboleante mentón,
se sacudió finalmente a sí mismo, y a sí mismo sobre su codo apoyándose,
a qué venía –pues la reconoció– inquiere. Mas ella:
“Sueño, descanso de las cosas, el más plácido, Sueño, de los dioses,
paz del ánimo, de quien el cuidado huye, quien los cuerpos, de sus duros
menesteres cansados, confortas y reparas para la labor:
a unos Sueños, que las verdaderas figuras igualen en su imitación,
ordena que en la hercúlea Traquis, bajo la imagen de su rey,
a Alcíone acudan y unos simulacros de su naufragio remeden.
Impera eso Juno.” Después que sus encargos llevó a cabo,
Iris parte –ya que no más allá tolerar del sopor
la fuerza podía– y deslizarse el sueño sintió a sus miembros,
huye y retorna, por los que ahora poco había venido, sus arcos.
Mas el padre, del pueblo de sus mil hijos,
despierta al artífice y simulador de figuras,
a Morfeo: no que él ninguno otro más diestramente
reproduce el caminar y el porte y el sonido del hablar.
Añade además los vestidos y las más usuales palabras
de cada cual. Pero él solos a hombres imita. Mas otro
se hace fiera, se hace pájaro, se hace, de largo cuerpo, serpiente:
a él Ícelon los altísimos, el mortal vulgo Fobétor
le nombra. Hay también de diversa arte un tercero,
Fántaso. Él a la tierra, a una roca, a una ola, a un madero
y a cuanto vacío está todo de ánima, falazmente se pasa.
A los reyes él y a los generales su rostro mostrar
de noche suele, otros los pueblos y la plebe recorren.
Prescinde de ellos su señor y de todos los hermanos solo
a Morfeo, quien lleve a cabo de la Taumántide lo revelado, el Sueño
elige, y de nuevo en una blanda languidez relajado
depuso la cabeza y en el cobertor profundo la resguarda.


Publio Ovidio Nason
La Metamorfosis

NARCISO




Narciso y Eco


Él, por las aonias ciudades, por su fama celebradísimo,
irreprochables daba al pueblo que las pedía sus respuestas.
La primera, de su voz, por su cumplimiento ratificada, hizo la comprobación
la azul Liríope, a la que un día en su corriente curva
estrechó, y encerrada el Cefiso en sus ondas
fuerza le hizo. Expulsó de su útero pleno bellísima
un pequeño, la ninfa, ya entonces que podría ser amado,
y Narciso lo llama, del cual consultado si habría
los tiempos largos de ver de una madura senectud,
el fatídico vate: “Si a sí no se conociera”, dijo.
Vana largo tiempo parecióle la voz del augur: el resultado a ella,
y la realidad, la hace buena, y de su muerte el género, y la novedad de su furor.
Pues a su tercer quinquenio un año el Cefisio
había añadido y pudiera un muchacho como un joven parecer.
Muchos jóvenes a él, muchas muchachas lo desearon.
Pero –hubo en su tierna hermosura tan dura soberbia–
ninguno a él, de los jóvenes, ninguna lo conmovió, de las muchachas.
Lo contempla a él, cuando temblorosos azuzaba a las redes a unos ciervos,
la vocal ninfa, la que ni a callar ante quien habla,
ni primero ella a hablar había aprendido, la resonante Eco.
Un cuerpo todavía Eco, no voz era, y aun así, un uso,
gárrula, no distinto de su boca que ahora tiene tenía:
que devolver, de las muchas, las palabras postreras pudiese.
Había hecho esto Juno, porque, cuando sorprender pudiese
bajo el Júpiter suyo muchas veces a ninfas en el monte yaciendo,
ella a la diosa, prudente, con un largo discurso retenía
mientras huyeran las ninfas. Después de que esto la Saturnia sintió:
“De esa”, dice, “lengua, por la que he sido burlada, una potestad
pequeña a ti se te dará y de la voz brevísimo uso.”
Y con la realidad las amenazas confirma; aun así ella, en el final del hablar,
gemina las voces y las oídas palabras reporta.
Así pues, cuando a Narciso, que por desviados campos vagaba,
vio y se encendió, sigue sus huellas furtivamente,
y mientras más le sigue, con una llama más cercana se enciende,
no de otro modo que cuando, untados en lo alto de las teas,
a ellos acercadas, arrebatan los vivaces azufres las llamas.
Oh cuántas veces quiso con blandas palabras acercársele
y dirigirle tiernas súplicas. Su naturaleza en contra pugna,
y no permite que empiece; pero, lo que permite, ella dispuesta está
a esperar sonidos a los que sus palabras remita.
Por azar el muchacho, del grupo fiel de sus compañeros apartado
había dicho: “¿Alguien hay?”, y “hay”, había respondido Eco.
Él quédase suspendido y cuando su penetrante vista a todas partes dirige,
con voz grande: “Ven”, clama; llama ella a aquel que llama.
Vuelve la vista y, de nuevo, nadie al venir: “¿Por qué”, dice,
“me huyes?”, y tantas, cuantas dijo, palabras recibe.
Persiste y, engañado de la alterna voz por la imagen:
“Aquí unámonos”, dice, y ella, que con más gusto nunca
respondería a ningún sonido: “Unámonos”, respondió Eco,
y las palabras secunda ella suyas, y saliendo del bosque
caminaba para echar sus brazos al esperado cuello.
Él huye, y al huir: “¡Tus manos de mis abrazos quita!
Antes”, dice, “pereceré, de que tú dispongas de nos.”
Repite ella nada sino: “tú dispongas de nos.”
Despreciada se esconde en las espesuras, y pudibunda con frondas su cara
protege, y solas desde aquello vive en las cavernas.
Pero, aun así, prendido tiene el amor, y crece por el dolor del rechazo,
y atenúan, vigilantes, su cuerpo desgraciado las ansias,
y contrae su piel la delgadez y al aire el jugo
todo de su cuerpo se marcha; voz tan solo y huesos restan:
la voz queda, los huesos cuentan que de la piedra cogieron la figura.
Desde entonces se esconde en las espesuras y por nadie en el monte es vista,
por todos oída es: el sonido es el que vive en ella.
Así a ésta, así a las otras, ninfas en las ondas o en los montes
originadas, había burlado él, así las uniones antes masculinas.
De ahí las manos uno, desdeñado, al éter levantando:
“Que así aunque ame él, así no posea lo que ha amado.”
Había dicho. Asintió a esas súplicas la Ramnusia, justas.
Un manantial había impoluto, de nítidas ondas argénteo,
que ni los pastores ni sus cabritas pastadas en el monte
habían tocado, u otro ganado, que ningún ave
ni fiera había turbado ni caída de su árbol una rama;
grama había alrededor, a la que el próximo humor alimentaba,
y una espesura que no había de tolerar que este lugar se templara por sol alguno.
Aquí el muchacho, del esfuerzo de cazar cansado y del calor,
se postró, por la belleza del lugar y por el manantial llevado,
y mientras su sed sedar desea, sed otra le creció,
y mientras bebe, al verla, arrebatado por la imagen de su hermosura,
una esperanza sin cuerpo ama: cuerpo cree ser lo que onda es.
Quédase suspendido él de sí mismo y, inmóvil con el rostro mismo,
queda prendido, como de pario mármol formada una estatua.
Contempla, en el suelo echado, una geminada –sus luces– estrella,
y dignos de Baco, dignos también de Apolo unos cabellos,
y unas impúberas mejillas, y el marfileño cuello, y el decor
de la boca y en el níveo candor mezclado un rubor,
y todas las cosas admira por las que es admirable él.
A sí se desea, imprudente, y el que aprueba, él mismo apruébase,
y mientras busca búscase, y al par enciende y arde.
Cuántas veces, inútiles, dio besos al falaz manantial.
En mitad de ellas visto, cuántas veces sus brazos que coger intentaban
su cuello sumergió en las aguas, y no se atrapó en ellas.
Qué vea no sabe, pero lo que ve, se abrasa en ello,
y a sus ojos el mismo error que los engaña los incita.
Crédulo, ¿por qué en vano unas apariencias fugaces coger intentas?
Lo que buscas está en ninguna parte, lo que amas, vuélvete: lo pierdes.
Ésa que ves, de una reverberada imagen la sombra es:
nada tiene ella de sí. Contigo llega y se queda,
contigo se retirará, si tú retirarte puedas.
No a él de Ceres, no a él cuidado de descanso
abstraerlo de ahí puede, sino que en la opaca hierba derramado
contempla con no colmada luz la mendaz forma
y por los ojos muere él suyos, y un poco alzándose,
a las circunstantes espesuras tendiendo sus brazos:
“¿Es que alguien, io espesuras, más cruelmente”, dijo, “ha amado?
Pues lo sabéis, y para muchos guaridas oportunas fuisteis.
¿Es que a alguien, cuando de la vida vuestra tantos siglos pasan,
que así se consumiera, recordáis, en el largo tiempo?
Me place, y lo veo, pero lo que veo y me place,
no, aun así, hallo: tan gran error tiene al amante.
Y por que más yo duela, no a nosotros un mar separa ingente,
ni una ruta, ni montañas, ni murallas de cerradas puertas.
Exigua nos prohíbe un agua. Desea él tenido ser,
pues cuantas veces, fluentes, hemos acercado besos a las linfas,
él tantas veces hacia mí, vuelta hacia arriba, se afana con su boca.
Que puede tocarse creerías: mínimo es lo que a los amantes obsta.
Quien quiera que eres, aquí sal, ¿por qué, muchacho único, me engañas,
o a dónde, buscado, marchas? Ciertamente ni una figura ni una edad
es la mía de la que huyas, y me amaron a mí también ninfas.
Una esperanza no sé cuál con rostro prometes amigo,
y cuando yo he acercado a ti los brazos, los acercas de grado,
cuando he reído sonríes; lágrimas también a menudo he notado
yo al llorar tuyas; asintiendo también señas remites
y, cuanto por el movimiento de tu hermosa boca sospecho,
palabras contestas que a los oídos no llegan nuestros…
Éste yo soy. Lo he sentido, y no me engaña a mí imagen mía:
me abraso en amor de mí, llamas muevo y llamas llevo.
¿Qué he de hacer? ¿Sea yo rogado o ruegue? ¿Qué desde ahora rogaré?
Lo que deseo conmigo está: pobre a mí mi provisión me hace.
Oh, ojalá de nuestro cuerpo separarme yo pudiera,
voto en un amante nuevo: quisiera que lo que amamos estuviera ausente…
Y ya el dolor de fuerzas me priva y no tiempos a la vida
mía largos restan, y en lo primero me extingo de mi tiempo,
y no para mí la muerte grave es, que he de dejar con la muerte los dolores.
Éste, el que es querido, quisiera más duradero fuese.
Ahora dos, concordes, en un aliento moriremos solo.”
Dijo, y al rostro mismo regresó, mal sano,
y con lágrimas turbó las aguas, y oscura, movido
el lago, le devolvió su figura, la cual como viese marcharse:
“¿A dónde rehúyes? Quédate y no a mí, cruel, tu amante,
me abandona”, clamó. “Pueda yo, lo que tocar no es,
contemplar, y a mi desgraciado furor dar alimento.”
Y mientras se duele, la ropa se sacó arriba desde la orilla
y con marmóreas palmas se sacudió su desnudo pecho.
Su pecho sacó, sacudido, de rosa un rubor,
no de otro modo que las frutas suelen, que, cándidas en parte,
en parte rojean, o como suele la uva en los varios racimos
llevar purpúreo, todavía no madura, un color.
Lo cual una vez contempló, transparente de nuevo, en la onda,
no lo soportó más allá, sino como consumirse, flavas,
con un fuego leve las ceras, y las matutinas escarchas,
el sol al templarlas, suelen, así, atenuado por el amor,
se diluye y poco a poco cárpese por su tapado fuego,
y ni ya su color es el de, mezclado al rubor, candor,
ni su vigor y sus fuerzas, y lo que ahora poco visto complacía,
ni tampoco su cuerpo queda, un día el que amara Eco.
La cual, aun así, cuando lo vio, aunque airada y memoriosa,
hondo se dolió, y cuantas veces el muchacho desgraciado: “Ahay”,
había dicho, ella con resonantes voces iteraba, “ahay.”
Y cuando con las manos se había sacudido él los brazos suyos,
ella también devolvía ese sonido, de golpe de duelo, mismo.
La última voz fue ésta del que se contemplaba en la acostumbrada onda:
“Ay, en vano querido muchacho”, y tantas otras palabras
remitió el lugar, y díchose adiós, “adiós” dice también Eco.
Él su cabeza cansada en la verde hierba abajó,
sus luces la muerte cerró, que admiraban de su dueño la figura.
Entonces también, a sí, después que fue en la infierna sede recibido,
en la estigia agua se contemplaba. En duelo se golpearon sus hermanas
las Náyades, y a su hermano depositaron sus cortados cabellos,
en duelo se golpearon las Dríades: sus golpes asuena Eco.
Y ya la pira y las agitadas antorchas y el féretro preparaban:
en ninguna parte el cuerpo estaba; zafranada, en vez de cuerpo, una flor
encuentran, a la que hojas en su mitad ceñían blancas.


Publio Ovidio Nason
La Metamorfosis

miércoles, junio 27, 2007

"LA MORSA Y EL CARPINTERO" LEWIS CARROLL


LA MORSA Y EL CARPINTERO

El sol en su gran fulgor
Saco lustre y brillo al mar,
Cedió esplendor a las olas
Hasta que no pudo más…
Y es extraño, pues la noche
Se estaba cerrando ya.

La luna de mal humor
Dejó su mente volar:
“¿Por qué el sol prosigue ahí
Cuando el día se ha ido ya?
Poco sirve ir a una fiesta
Que no se va ha aprovechar…”

El mar que te moja moja
Seco y seco el arenal,
En el cielo ni una nube,
Pues no hay nube que contar;
Ni un pájaro que volara
Ni que sobrevolará.

La morsa y el carpintero
Van mano a mano a la par
Llorando a moco tendido
De tanto ver arenal:
“Si un poco lo despejarán,
¡Hay que gran tranquilidad!”

“Supón que siete criadas
Seis meses barriendo están
Con siete escobas a punto:
¿Tú crees que lo vaciarán?”
“No”, el carpintero repuso
Y una lágrima le caerá.

“Ostras –requirió la morsa-
¿Os venís a pasear?
¡Gratos son charla y paseo
Por el salobre arenal!
De cuatro en cuatro es posible
Dar la mano a cada cual.”

La ostra más vieja miraba
Sin decir ni una vocal:
Guiño el ojo y sacudía
La cabeza con pesar
Dando a entender que no osa
Su ostracismo abandonar.

Pero cuatro ansiosas jóvenes
Se dejaron convidar:
De punta en blanco y muy limpias
Los zapatos lucen más,
Cosa rara, pues sabéis
Cuán falta de pies están.

Otras cuatro las siguieron
Incluso otras cuatro más.
Acuden todas a una
Dando brincos, más y más;
Por entre espumosas olas
Deprisa a la playa van.

La morsa y carpintero
(Una milla andada ya)
Sentáronse en una roca
No muy alta, a descansar,
Mientras ven en una fila
A las otras avanzar.

“Ya es hora –dijo la morsa-
De empezar en serio a hablar:
De zapatos, barcos, lacres
Repollos, trono real,
De por que el mar bulle
Y los cerdos pueden volar.”

Y las ostras: “¡Un momento!
No os pongáis aún a charlar,
Pues estamos muy gorditas
Y sin aliento las más.”
“¡Tranquilo dijo la morsa:
Agradecidas le están.

Dijo la morsa: “¡A comer
Rebanaditas de pan!
Que con pimienta y vinagre
Son gratas al paladar.
Así, ostras, si estáis listas,
Iniciemos el yantar.”

“No, no”, gritaron las ostras
(Algo pálidas están).
“Sería ruin hacer tal cosa
Tras tanta amabilidad…”
“¡Hermosa noche! –opinó
La morsa -: no tiene igual.”

“Grata ha sido la visita
¡Y qué sabrosas estáis!”
Nada dijo el carpintero
Salvo “córtame más pan.
Por ser sorda te lo digo
Dos veces, ¡Y basta ya!”

Dijo la morsa: “Vergüenza
Me da el juego que te traes.
Las pobres vienen de lejos
Y a tanta velocidad…”
Sólo dijo el carpintero:
“¡Cuánta manteca más!”

“¡Qué pena! –Dijo la morsa-,
¡Ay cuanta pena me dais!”
Entre sollozo y sollozo
La mayor se fue a zampar;
Y tanto llanto el pañuelo
No lo puede enjugar.

“Ostras –dijo el carpintero-,
¡Qué buen paseo os lleváis!
¿Volvemos a nuestras casas?”
Más nadie respuesta da:
No es extraño, pues sabéis
Que devoradas están.

LEWIS CARROLL

martes, junio 26, 2007

ODA DEL DR. RICARDO REIS




La flor que eres, no la que das, quiero
¿Por qué me niegas lo que no te pido?
Tiempo habrá de negar
Después de haber dado
Flor, ¡séme flor! Si te cogiese avaro
La mano de la infausta esfinge, tu, perenne
Sombra, errarás absurda,
Buscando lo que no diste.



Dr. Ricardo Reis (epicureista)

viernes, junio 15, 2007

ENTUSIA


LA INSPIRACIÓN
O LA CONSAGRACIÓN DEL INSTANTE



Campo yerto
Campo frió
Prado muerto
De mis lamentos


Muero en mi empresa
Muero en el son
Del cantar vació
Al nacimiento


El canto, mi llanto
Espanto a la humanidad
Mi acto sublime
De eternidad

Soy oído,
Palabra y boca
Y mis conjuros
Son oración.


Voy y entro
Salgo y soy
Esta es mi letanía
Y expiación


Canto yerto
campo frió
Acto muerto
De mi confín vació



Rafael Martel

EL ETERNO RETORNO



BLANCO CIRCULAR


Hoy es un buen día para morir
Tomar un buen trago de vino
Hacer el amor.


Morir oscuro y frío
En espera de la mano gélida
Esperando el principio del fin
Del fin orbicular.


Mis ventanas serán atravesadas
Por él ultimo ocaso
Pero estarán llenas
De azul y verde.

Y digo adiós.

Esperare el don del fénix,
Seré ceniza, moléculas
Y agua de río helado.
Seré lluvia que riega campos,
Campos de uvas de vino.

Y tal vez,
Alguien me beba tinto
El día de su muerte.



Rafael Martel

jueves, junio 14, 2007

Leyenda Mapuche



"Entonces, dicen, tierra no había, agua tampoco había, ni plantas, ni árboles, todo era nada, dicen.
Entonces en los aires vivía un espíritu poderoso, dueño e todos los aires, y con él, dicen, vivían otros espíritus como él y que le obedecían porque él mandaba a todos.
Entonces, dicen, los espíritus que no mandaban, quisieron mandar también, y no le quisieron más obedecer al espíritu grande, y uno dijo, dicen: “nosotros mandaremos ahora porque somos muchos más y él esta solo”.
Entonces el espíritu grande que no estaba solo, quedaban algunos otros espíritus que eran buenos y querían siempre obedecer al jefe, no muchos, un poquito no más eran, dicen.
Entonces el espíritu grande se enojó, dicen, y mandó a los demás espíritus buenos a que juntaran a todos los malos; ellos no querían, pero el espíritu que mandaba pateaba y lanzaba fuego por sus ojos.
Entonces, dicen, todos fueron alcanzados, los apilaron en un gran montón, y cuando estuvieron así, dicen, el jefe mandó a sus mocetones fieles escupirles encima. También le escupió él, y por todas partes, donde caían los escupos, dicen que los cuerpos se endurecieron como piedras; como una manzana grande de piedra toda eran, dicen.
Entonces el espíritu grande les puso el pie encima, dicen, y se abrieron los aires por el mucho peso de todos los espíritus y cayeron, y al caer, dicen, se partió esta gran bola y quedaron los pedazos esparcidos formando montañas.
Entonces, dicen, sucedió que no todos los espíritus eran de piedra, porque a los de adentro del montón no les habían tocado los escupos. Estos espíritus eran de fuego vivo y se encontraron encerrados entre las piedras de los cuerpos de sus hermanos, así dicen que estaban. Entonces, empezaron a trabajar, y cavaban, y hacían hoyos como unos pozos para salir, pero no podían, y rabiaban y peleaban entre ellos porque se echaban la culpa de lo que había sucedido, y era tanto el fuego que tenían en el cuerpo, dicen, y que los quemaba, que de repente reventaron las montañas y salieron grandes chorros de cenizas, y humo muy negro, y las llamas salían, dicen, pero ellos no pudieron salir, porque no lo quería el espíritu que mandaba; sólo, dicen, se volaron con las cenizas y las llamas de unos espíritus que no habían sido tan malos como los otros y se habían encontrado metidos en la pelea. A éstos, el jefe les permitió salir, pero no quería recibirlos más entre sus mocetones y los dejó así no más, colgados en los aires. Ellos son los que se ven de noche y brillan como luces por el fuego que tienen en sus cuerpos y que llamamos estrellas.
Entonces estos espíritus, lloraron, lloraron días y noches enteros y todo el llorar, dicen, caía sobre las montañas y arrastraban las cenizas y la piedras, y se formaron las tierras, y se apozaron las aguas y formaron, dicen, los mares y los ríos, y los espíritus malos se quedaron adentro de las montañas y fueron los pillanes que hacen reventar los volcanes de donde sale humo y fuego, así dicen.
Entonces el espíritu grande de los aires, miró abajo, y vio todo esto y dijo: ¿Para qué sirve esta tierra sin nada? Así dijo, y tomó a un joven espíritu que era hijo suyo y dijo que lo iba a mandar sobre la tierra a ver lo que haría él y lo cambió en hombre de carne y hueso, muy hermoso. De arriba lo lanzó el espíritu, y al caer el joven se quedó aturdido, como muerto. Entonces la madre del joven se lamentaba y pedía que la dejaran bajar a ella también, para así, acompañar a su hijo.
No quiso el jefe, dicen, y mirando vio a una estrellita que estaba muy cerca, casi estaba por entrar. Entonces él la pilló: era una luz muy bonita. Con ella formó una mujer y le sopló encima. Ella voló en los aires, dicen, y él le mandó que se juntara con el hombre. Así le dijo, dicen, y la mujer bajó y llegó a la tierra, algo distante de donde dormía el hombre. Tuvo que caminar, dicen, y como las piedras duras le hacían daño en los pies, el espíritu de los aires mandó salir, por donde pisaba, pasto muy blando y flores muy hermosas y ella, la mujer, dicen, cogía las flores en camino y por jugar las deshojaba, y estas hojas que ella dejaba caer se cambiaron en pájaros, en mariposas que volaban, y detrás de ella la hierba crecía así tan gran grande, dicen, que formaba árboles muy grandes con frutas que ella comía.
Entonces, siempre estaba durmiendo el hombre, ella llegó, dicen, donde estaba y como estaba, se tendió a su lado, dicen, para dormir. Entonces, dicen, despertó el hombre y vio a la mujer tan bonita, y se quedó muy contento de verla; tan bonita era, dicen. Cuando ella despertó se fueron los dos andando en los montes y miraban todo tan bonito, y se querían mucho. Como hermanos se querían, dicen, y ya no pensaban más en volver a los aires, por lo bien que se hallaban.
Entonces para ver lo que hacían, el espíritu que mandaba, abrió un portillo redondo en los aires y por allí miraba, y, cuando miraba, dicen, todo brillaba y venia un gran calor de arriba. La madre del joven también quería mirarlo, escondida del jefe abrió también un portillo, y cuando él no estaba, miraba ella, y para que su hijo pudiera ver bien su cara, dejaba caer una luz blanca muy suave que se podía mirar.
Entonces, dicen, los espíritus pillanes que estaban en los volcanes rabiaban mucho, uno de ellos se enamoró de la bonita mujer y quería salir, pero no podía y rabiaba mucho.
Entonces el espíritu grande quería que el hombre y la mujer fueran hermanos no más, y ellos eran hermanos no más, porque no sabían de otra cosa.
Entonces el Pillán, dicen, habló con una mujer espíritu malo como él, que rabiaba de pura envidia. Ella se sacó un pelo largo, largo y estirando el brazo lo tiró fuera del volcán. Apenitas salió, dicen, tomó resuello, fue vivo, dicen, el pelo de la mujer, y se transformó en serpiente muy delgada, y se fue arrastrando hasta llegar donde dormían los dos hermanos, dicen, y se deslizo entre ellos, dicen."

"Llevo escrito tu nombre" Rafael Martel


Llevo escrito tu nombre


Entre cuatro manos
La frágil copa
De tu cuerpo desnudo
Se dibuja vibrante
Ante mis ojos


Tu vientre que esconde
Aquel secreto arcano
Bajo tu piel, un altar
Una luz que se puede mirar
A través de tus ojos contemplar


Llevo escrito tu nombre
Aquí, en mi sangre
Como respuesta
De ser un hombre


Sólo, entre mis manos
Un caudal de deseos
Y en tu boca
Inundada de besos
Eres, soy
Un vendaval
Somos pasión
Eterno ardor


Una canción y un clamor
Un círculo en extensión
De nuevo somos
Un gran destello
Un gran fulgor


Entre tus brazos
Se enciende el sol
Se enciende el rió
Al corazón
Con la respuesta
Desta pregunta
Que es AMOR.




Rafael Martel