Montaña y Arbol

Poesía, Cuentos, Arte y Literatura

jueves, enero 30, 2014

"Annabel Lee" Edgar Allan Poe


Annabel Lee


Hace muchos, muchos años, en un reino junto al mar,
Habitaba una doncella cuyo nombre os he de dar,
Y el nombre que daros puedo es el de Annabel Lee,
quien vivía para amarme y ser amada por mí.
Yo era un niño y era ella una niña junto al mar,
En el reino prodigioso que os acabo de evocar.
Más nuestro amor fue tan grande cual jamás yo
presentí,
Más que el amor compartimos con mi bella Annabel
Lee,
Y los nobles de su estirpe de abolengo señorial
Los ángeles en el cielo envidiaban tal amor,
Los alados serafines nos miraban con rencor.
Aquel fue el solo motivo, ¡hace tanto tiempo ya!,
por el cual, de los confines del océano y más allá,
Un gélido viento vino de una nube y yo sentí
Congelarse entre mis brazos a mi bella Annabel Lee.
La llevaron de mi lado en solemne funeral.
A encerrarla la llevaron por la orilla de la mar
A un sepulcro en ese reino que se alza junto al mar,
Los arcángeles que no eran tan felices cual los dos,
Con envidia nos miraban desde el reino que es de
Dios.
Ese fue el solo motivo, bien lo podéis preguntar,
Pues lo saben los hidalgos de aquel reino junto al mar,
Por el cual un viento vino de una nube carmesí
Congelando una noche a mi bella Annabel Lee.
Nuestro amor era tan grande y aún más firme en su
candor
Que aquel de nuestros mayores, más sabios en el
amor.
Ni los ángeles que moran en su cielo tutelar,
Ni los demonios que habitan negros abismos del mar
Podrán apartarme nunca del alma que mora en mí,
Espíritu luminoso de mi
hermosa Annabel Lee.
Pues los astros no se elevan sin traerme la mirada
Celestial que, yo adivino, son los ojos de mi amada.
Y la luna vaporosa jamás brilla baladí
Pues su fulgor es ensueño de mi bella Annabel Lee.
Yazgo al lado de mi amada, mi novia bien amada,
Mientras retumba en la playa la nocturna marejada,
Yazgo en su tumba labrada cerca del mar rumoroso,
En su sepulcro a la orilla del océano proceloso




Edgar Allan Poe

domingo, enero 19, 2014

"Splendor Solis" Rafael Martel


SPLENDOR SOLIS

Basado en
“Génesis de la retorta” S. Trimosin



En la puerta de la muerte
Se encuentra
Un dragón verde
Que su sangre verte.
De todas las cosas es el alma
Su espíritu se siente.
Saturno de plomo
Va en un carro
 Dragones lo tiran
 Símbolos de Capricornio
En sus ruedas giran.




En abundancia, la multiplicación
Júpiter es iridiscencia
Rey del color
Rey del estaño
El del albor.
El va en un carro
Pavos reales lo tiran
Sagitario y Piscis
En sus ruedas giran.






Lo impuro del puro
Marte devana.
Su espada
Del hierro más duro
Descompone el espíritu
Para la reintegración,
Un ave tricéfala canta
 Y Marte en su carro,
Avanza.
Lobos lo tiran
Aries y Cáncer
 En sus ruedas giran.




Como un feroz hambriento
Devorando la materia
Un león verde y violento
A su vez es devorado
Por un dragón
De un solo bocado.
El Sol es de oro
Cada mañana
Sale en su carro
Caballos lo tiran
Dos símbolos de Leo
En sus ruedas giran.





Venus es la consumación
Aparece en el cielo
Y no se oculta
En ningún velo.
Bivalva y espumosa
En un altar seco
Venus es Diosa.
De cobre su bello carro
Por aves que lo tiran
Tauro y Libra
En sus ruedas giran.




El hijo que parirá,
En la aurora se anuncia.
Más grande que él mismo,
Mercurio albo y sin tacha
Lleva al hijo del sol
Que no tiene mancha.
Su carro de azogue
Gallos lo tiran
Virgo y Géminis
En sus ruedas giran.




La luna esta pariendo
El que anula los avatares
El inmaculado esta naciendo
De túnica púrpura
En los roquedales.
Los dragones
Ya no tienen más poder
Sobre la planetarias esferas.
La Luna de plata
Ahí va en su carro
Lo tiran Él y Ella
En su rueda como un serpentín
Escorpión gira sin fin.




Rafael Martel

domingo, enero 12, 2014

"Continuidad de Los Parques" Julio Cortazar





Continuidad de Los Parques



Julio Cortazar

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca; se dejaba interesar lentamente por la trama, por el dibujo de los personajes. Esa tarde, después de escribir una carta a su apoderado y discutir con el mayordomo una cuestión de aparcerías, volvió al libro en la tranquilidad del estudio que miraba hacia el parque de los robles. Arrellanado en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que lo hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el terciopelo verde y se puso a leer los últimos capítulos. Su memoria retenía sin esfuerzo los nombres y las imágenes de los protagonistas; la ilusión novelesca lo ganó casi en seguida. Gozaba del placer casi perverso de irse desgajando línea a línea de lo que lo rodeaba, y sentir a la vez que su cabeza descansaba cómodamente en el terciopelo del alto respaldo, que los cigarrillos seguían al alcance de la mano, que más allá de los ventanales danzaba el aire del atardecer bajo los robles. Palabra a palabra, absorbido por la sórdida disyuntiva de los héroes, dejándose ir hacia las imágenes que se concertaban y adquirían color y movimiento, fue testigo del último encuentro en la cabaña del monte. Primero entraba la mujer, recelosa; ahora llegaba el amante, lastimada la cara por el chicotazo de una rama. Admirablemente restañaba ella la sangre con sus besos, pero él rechazaba las caricias, no había venido para repetir las ceremonias de una pasión secreta, protegida por un mundo de hojas secas y senderos furtivos. El puñal se entibiaba contra su pecho, y debajo latía la libertad agazapada. Un diálogo anhelante corría por las páginas como un arroyo de serpientes, y se sentía que todo estaba decidido desde siempre. Hasta esas caricias que enredaban el cuerpo del amante como queriendo retenerlo y disuadirlo, dibujaban abominablemente la figura de otro cuerpo que era necesario destruir. Nada había sido olvidado: coartadas, azares, posibles errores. A partir de esa hora cada instante tenía su empleo minuciosamente atribuido. El doble repaso despiadado se interrumpía apenas para que una mano acariciara una mejilla. Empezaba a anochecer.


Sin mirarse ya, atados rígidamente a la tarea que los esperaba, se separaron en la puerta de la cabaña. Ella debía seguir por la senda que iba al norte. Desde la senda opuesta él se volvió un instante para verla correr con el pelo suelto. Corrió a su vez, parapetándose en los árboles y los setos, hasta distinguir en la bruma malva del crepúsculo la alameda que llevaba a la casa. Los perros no debían ladrar, y no ladraron. El mayordomo no estaría a esa hora, y no estaba. Subió los tres peldaños del porche y entró. Desde la sangre galopando en sus oídos le llegaban las palabras de la mujer: primero una sala azul, después una galería, una escalera alfombrada. En lo alto, dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela

jueves, enero 02, 2014

"Zozobra" Rafael Martel



Zozobra
  

Real sin razón
sin lógica,
sin extensión.
El tiempo hacedor
de tanto girar,
quebró el eje del mar
y escaso quedo
hundido en un vendaval
los restos de un cuerpo
arrebatados al más allá.
En esta canción
se recuerdan
y se pierden
como un barco
en el alta mar


Ya no quiero
cantar amores,
ya no quiero,
ya no más.
que el mar
se los lleve lejos,
lejos de esta ciudad.


Algo morirá lejos
el las rocas de alta mar,
un crujido en la zozobra,
el error de la maniobra
el costo en la tempestad.
Una nave a la deriva
una nave sin gobernar
sin piloto, sin timón
ya sin ninguna visión
el naufragio que se anuncia
la muerte solo al palpar
el frió gélido en la penumbra
la oscuridad en la alta mar.


Ya no quiero
cantar amores,
ya no quiero,
ya no más.
que el mar
se los lleve lejos,
lejos de esta ciudad.


Nunca existió
aquella nave
que se hundió
en el negro mar,
nunca existió
aquel negro mar.
Nunca existirán
estos versos
negros como la mar,
negros como mi alma,
desespero en mi soledad.
Soledad que se hace eterna,
eterno como tus ojos,
eterno como tu andar,
en busca de aquel naufragio
ya nunca lo encontraras.


Ya no quiero
cantar amores,
ya no quiero,
ya no más.
Que el mar
se los lleve lejos,
lejos de esta ciudad.


Estos versos
que ya se pierden,
como un día
morirá el mar.
Ese día morirán
los versos,
morirá mi alma
cansada de tanto andar,
cansada de ver naufragios,
cansado por el hilar
destos odiosos versos
versos que ya se mueren
como un día
lo hará mar.


Ya no quiero
cantar amores,
ya no quiero,
ya no más.
Que el mar
se los lleve lejos,
lejos de esta ciudad.



Rafael Martel
Abril 2007