Montaña y Arbol

Poesía, Cuentos, Arte y Literatura

viernes, mayo 22, 2009

Enrique Gómez Correa



ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS


Cuando se descargan los deseos del árbol
Cuando el árbol abre bien el ojo y recupera el olfato
Y se fija en nosotros que nos identificamos con el fastidio del lago
Pese a la furia de las nubes y de las manos que imploran piedad
Entonces la imaginación es sacudida por inevitables cataclismos.
Algún día se desatará el nudo que perturba el hilo de la memoria
Algún día no habrán los extremos de sueño y vigilia
Y tú bella desconocida podrás tenderte libremente sobre la yerba del placer
En tu pecho crecerá el muérdago el oxiacanto
La mirada tuya será mi propia mirada
Y te sentarás esperándome todas las tardes a la entrada de los golfos a los que ahora me empuja
A esos golfos negros temidos por los perros
Arrancados a viva fuerza de los territorios del demonio.
No tendremos la inquietud
Ni el asalto a mansalva
Ni la nube de la que tú sabes sacar tanto partido
N i la piedra que nos endurece el ojo y la nariz Ni yo mismo que me compadezco de su pobre ser.
El hombre volverá a su estado de planta
De nariz trepadora
De pájaro errante
En buenas cuentas con sus cinco sentidos independientes
Y entregados al más cruel y perfecto desorden.


Enrique Gómez Correa

jueves, mayo 07, 2009

"El Cementerio Marino" Paul Valery


El Cementerio Marino


Paul Valery
No desees, alma mía, vida inmortal. Goza, mejor. de la que tienes.
PÍNDARO, Piticas, III



Techo tranquilo, paso de palomas,
palpitando entre pinos y entre tumbas.
Prende en él, Mediodía justo, en fuegos
el mar, el mar sin pausa renovándose.
¡Recompensa después de un pensamiento:
poder mirar la calma de los dioses!
¡Qué eclosión de relámpagos consume
tantos diamantes de indivisible espuma
y qué paz aparente se concibe!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
labores puras de una eterna causa,
el Tiempo es centelleo y ciencia el Sueño.
Terco tesoro, templo de Minerva,
masa de calma y provisión visible,
agua parpadeante, Ojo que guardas,
bajo un cendal de llama, tanto sueño:
¡mi silencio!... En el alma, casa alzada,
mas colmo de oro con mil tejas, Techo .
Templo del Tiempo que un suspiro asume,
subo al ámbito puro y me acostumbro,
ceñido todo de mirar marino;
y, tal mi ofrenda máxima a los dioses,
el serenado centelleo siembra,
en lo sumo, un desprecio soberano.
Como la fruta en goce se deshace
y su ausencia en delicia permanece
mientras su forma expira en una boca,
yo husmeo aquí mi próxima humareda,
y el ciclo canta al alma consumida
el cambio, entre el rumor de las riberas.
¡Mira como yo cambio, hermoso cielo!
Después de tanto orgullo y tan extraña
pereza, tan repleta de potencia,
a este espacio brillante me abandono;
sobre losas de muertos va mi sombra
que a su lábil moverse me acostumbra!
Expuesta el alma a antorchas del solsticio
te hago frente, ¡oh clarísima justicia
de la luz, la de armas implacables!
A tu origen, y pura, te devuelvo.
¡Mírate bien! Pues devolver la luz
supone una mitad triste de sombra.
Para mí, sólo en mí, y en lo que soy,
en la sangre, en las fuentes del poema,
entre el vacio y el suceso puro,
de mi grandeza interna el eco espero.
Cisterna amarga, oscura y resonante,
rafiendo en mí, futuro siempre, un hueco.
¿Sabrás, falso cautivo de las frondas,
golfo mordiente de estas verjas frágiles,
secreto claro de mis ciegos ojos,
qué cuerpo a lento fin me va arrastrando,
qué frente a tierra ósea le induce?
Piensa aquí, una centella, en mis ausentes.
Clauso, sagrado, ardiendo sin materia,
trozo terrestre que a la luz se ofrece,
me place este lugar, sus teas múltiples,
su piedra y oro, sus sombrosos árboles ,
tanto mármol temblando entre estas sombras.
Fiel, la mar, duerme aquí sobre mis tumbas.
¡Perra espléndida, ahuyéntarne al idólatra!
¡Y si, tal un pastor, sonriente y solo,
misteriosos carneros apaciento,
albo rebaño de mis quietas tumbas,
aléjame las pávidas palomas,
los sueños vacuos, los curiosos ángeles!
Llegado aquí, pereza es el futuro.
Rasca la sequedad, neto, el insecto.
Todo ardió, se deshizo, fue a los aires,
a yo no sé qué esencia rigurosa...
Vasta es la vida, y ebria va de ausencia,
y la amargura es dulce, y claro el ánimo.
A ocultos muertos trata bien la tierra,
que los calienta y seca de misterio.
Allá arriba, absoluto, el mediodía,
en sí se piensa y en sí mismo acaba...
Testa completa y magistral diadema,
en ti soy yo transmutación recóndita.
¡Sólo yo puedo apaciguar tus ansias!
¡Mis dudas, quiebros, y arrepentimientos
son el defecto de tu gran diamante...!
¡Pero, en su noche de pesante mármol,
incierto pueblo, entre raíces de árboles,
se decidió, despacio, por tu causa!
¡Ya se han fundido en una espesa ausencia!
¡Roja arcilla abrevó en la blanca especie,
la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Del muerto dónde están frases domésticas,
el arte personal, las almas únicas?
Donde brotaba el llanto, hoy larvas hilan.
Agudos gritos de jocundas jóvenes,
los dientes, la mirada, húmedos párpados,
Seno atrayente que amago con fuego,
Sangre brillante en labios que se rinden,
Dones últimos, dedos que los celan:
¡Todo a la tierra va, y entra en el juego!
y tú , gran alma , ¿esperarás un sueño
que no sea mentira de oro y olas,
como aquí muestra la onda al carnal ojo?
¿Cantarás cuando seas vapor leve?
¡Todo, huir! ¡También yo seré absorbido
y anulada será sacra impaciencia!
¡Hueca inmortalidad, negra y dorada;
consoladora del laurel pomposo,
que en seno maternal truecas la muerte:
¡oh bello engaño!, y ¡oh piadosa astucia!
¿Quién no conoce y quién no ha repudiado
esa risa indeleble en cráneo mondo?
Padres profundos, testas no habitadas,
que , obedeciendo a la piqueta, sois
tierra que va engañando nuestros pasos:
el roedor gusano irrefutable
no os concierne a vosotros , enterrados;
en mí su vida vive, y no me deja.
¿Amor, tal vez, u odio de mí mismo?
Su oculto diente está de mí tan próximo
que convenirle puede cualquier nombre.
¡Qué importa! ¡Quiere, ve, palpa, y ensueña!
¡Mi carne le gustó desde mi cuna,
esclavo vivo soy de ese viviente!
¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
¡Me atravesaste con tu flecha alada
que vibra, vuela, pero nunca vuela!
¡Me engendra el son y mátame la flecha!
¡Ah, el sol, el sol! ¡Qué sombra de tortuga
para el alma, si huyente Aquiles, quieto!
¡No, no! ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Rompa mi cuerpo esta pensante forma!
¡Beba mi entraña este naciente viento!
En la frescura que del mar se exhala,
mi alma torna... ¡Oh salífera potencia!
¡Correr al mar y renovar la vida!
¡Oh sí, gran mar, dotado de delirios,
piel de pantera y clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares;
hidra absoluta, ebria de azul carne,
mordiendo siempre tu esplendente cola
en convulsión que llega a ser silencio!
¡Se eleva el viento! ¡Hay que intentar vivir!
Abre y cierra mi libro el aire unánime,
pulverizadas olas baten rocas.
¡Volad, paginas mías, deslumbradas!
¡Romped, olas! ¡Romped, con agua alegre,
El techo en paz que foques picotean!