Montaña y Arbol

Poesía, Cuentos, Arte y Literatura

domingo, junio 08, 2008

SPLENDOR SOLIS


SPLENDOR SOLIS

Basado en
“Génesis de la retorta” S. Trimosin


En la puerta de la muerte
Se encuentra
Un dragón verde
Que su sangre verte.
De todas las cosas es el alma
Su espíritu se siente.
Saturno de plomo
Va en un carro
 Dragones lo tiran
 Símbolos de Capricornio
En sus ruedas giran.






En abundancia, la multiplicación
Júpiter es iridiscencia
Rey del color
Rey del estaño
El del albor.
El va en un carro
Pavos reales lo tiran
Sagitario y Piscis
En sus ruedas giran.





Lo impuro del puro
Marte devana.
Su espada
Del hierro más duro
Descompone el espíritu
Para la reintegración,
Un ave tricéfala canta
 Y Marte en su carro,
Avanza.
Lobos lo tiran
Aries y Cáncer
 En sus ruedas giran.




Como un feroz hambriento
Devorando la materia
Un león verde y violento
A su vez es devorado
Por un dragón
De un solo bocado.
El Sol es de oro
Cada mañana
Sale en su carro
Caballos lo tiran
Dos símbolos de Leo
En sus ruedas giran.




Venus es la consumación
Aparece en el cielo
Y no se oculta
En ningún velo.
Bivalva y espumosa
En un altar seco
Venus es Diosa.
De cobre su bello carro
Por aves que lo tiran
Tauro y Libra
En sus ruedas giran.




El hijo que parirá,
En la aurora se anuncia.
Más grande que él mismo,
Mercurio albo y sin tacha
Lleva al hijo del sol
Que no tiene mancha.
Su carro de azogue
Gallos lo tiran
Virgo y Géminis
En sus ruedas giran.




La luna esta pariendo
El que anula los avatares
El inmaculado esta naciendo
De túnica púrpura
En los roquedales.
Los dragones
Ya no tienen más poder
Sobre la planetarias esferas.
La Luna de plata
Ahí va en su carro
Lo tiran Él y Ella
En su rueda como un serpentín
Escorpión gira sin fin.





Rafael Martel





Trilogia de la busqueda del mundo interior


Miguel Serrano

“En la espera de los hielos eternos”


Hablar de Miguel Serrano, es sinónimo de literatura chilena, pero inevitablemente su nombre evoca, además, su polémica figura.

Sus esporádicas declaraciones a favor del régimen nazi y la figura de Adolf Hitler, ciernen sobre él, una gran cantidad de detractores de su obra. La que ha sido traducida en muchas lenguas, incluyendo estas, el chino, el persa, el hindú, el farsi y el japonés.

Miguel Serrano Fernández (1917), nacido de una acomodada familia santiaguina, cuenta entre sus parientes cercanos a una santa y al mismísimo Vicente Huidobro. Sus primeros recuerdos, se remontan a sus años de colegio. En esos entonces, jugaba como arquero del Barros Arana, pero entre sus aficiones, también se contaba el gusto por la lectura.

De esos años de curiosidad escolar, datan sus primeros acercamientos a las filosofías y religiones orientales, a la alquimia y la mitología. Entre sus primeras lecturas, también figuran sus primeros acercamientos a la poesía, con Rilke, William Blake y Hölderlin. De estos temas y otros da testimonio, el ya octogenario escritor chileno en su autobiografía titulada “Memorias de EL y Yo”.

Diplomático de carrera, este chileno se intereso tempranamente por las letras y por el cuento como genero, estilo con el cual alcanzo su primer hito literario en 1938, al publicar la “Antología del Verdadero Cuento Chileno”. Publicación, que causo revuelo en la actividad literaria de la época y que desde su titulo, gatillaba al debate.

“Alone desde su programa radial y Salvador Reyes, de la revista Hoy, tuvieron encontradas opiniones al respecto. Y era lógico que fuese así; éramos un grupo de jóvenes audaces, con un estilo nuevo y con grandes ganas de imponer la imaginación y la parte onírica al realismo”.


El texto, que originalmente fue publicado con el aporte monetario de una abuela de Serrano, cuenta con la colaboración de connotadas figuras, que en la posteridad, alcanzarían renombre propio. Entre ellos se destacan Braulio Arenas, Eduardo Anguita, Teófilo Cid, Juan Emar, Carlos Droguett y el mismísimo Serrano, con su cuento, “Hasta que llegue la luz”. Jóvenes que circulaban por la bohemia literaria, con la cabeza llena de historias y el corazón repleto de sueños.

De esa misma época datan los encuentros en el restaurante “Miss Universo” de la calle San Diego y la interminables caminatas por la calle Lira, junto a su inseparable amigo Héctor Barreto, cuentista también antologado en la publicación del ¨38 y muerto en una trágica reyerta, entre nazis y socialistas, partido en que militaba Barreto y por el que murió en las calles de la capital.

Bastante al margen, de lo que después se conocería como la generación del ‘38, Serrano se vinculara con todos los intelectuales de la época, acercándose a sus círculos, pero también, no ligándose a ninguno de ellos. Entre amigos personales del autor, es posible nombrar también a Pablo Neruda, Gonzalo Rojas y Nehru e Indira Gandhi, con la que se le atribuye un ligero romance.

Posterior a una serie de colaboraciones en distintas publicaciones, entre las que destacan la revista “Atenea” y la revista “Occidente” en Chile y a la escritura de la “Trilogía de la búsqueda del mundo exterior”, libro clave escrito después de sus viajes al territorio Antártico, Serrano, continuara su carrera diplomática con siete años en la India, tres en Yugoslavia, desempeñándose en el mismo cargo, hasta la década del 70 en Austria.

De esos mismos años de peregrinaje por el mundo, Miguel Serrano, seguirá en su senda literaria. Inscrito en lo que será conocida como la generación del ‘38. Serrano, en sus andanzas literarias conseguirá, conocer a Herman Hesse, quien le obsequiaría el cuento “Las Metamorfosis de Piktor”. Logrando también, en una entrevista con el Doctor Carl Gustav Jung, que este prologue su libro titulado “Las Visitas de la Reina de Saba”. Entrevistas a la que se referirá, en más extenso en “El circulo hermético”.

Dividiendo la obra de Serrano, en lo que el mismo señala, como “literatura no combativa y combativa”, habría que traer a colación, libros tan controvertidos como “MANU” y “La reencarnación del Héroe; el ultimo avatara”, textos que sin lugar a dudas, escapan a toda lógica, pero que responden a una simbología arcana, que a través de intrincados caminos y en definitiva, Serrano trata de traspolar, en la realidad de nuestro territorio.

Temas como el amor mágico, tratado en el “El-Ella”; la serpiente que muerde su cola en eterno girar del Ouroborus, su relación con el Kundalini y la correspondencia con la Cordillera de los Andes; la serpiente del paraíso y el árbol del conocimiento y una serie de relaciones surrealistas, pueblan la delirante literatura de este chileno, que en un inteligente uso de el cuento, evoca e interpreta la mitología de diversas culturas.

Hoy por hoy, Serrano guarda silencio, en su atalaya de Valparaíso, se dice veterano y perdedor de la gran guerra. Sus mundos, se siguen yuxtaponiendo y se impregnan unos a otros. Y él, se alza como un viejo estandarte, de una época que ya parece desaparecer, una época en que los escritores no le temían a la polémica y que muchos de ellos, no hacían más que de ella un ejercicio intelectual sin temor.

Rafael Martel.-

Para Niños del alma



La Reina de los Peces

Gerard de Nerval
“La Hijas del Fuego”


Éranse en la Provincia de Valois, en medio de los bosques de Villers-Cottere, un niño y una niña que de vez en cuando se encontraban a las orillas de un riachuelo de la región, el uno obligado por un leñador llamado Tord Chene (retuercerobles), que era tío suyo, a recoger leña muerta, la otra enviada por sus padres para recoger unas anguilillas que el descenso de las aguas permite atisbar entre el limo en ciertas estaciones. Aun debía, a falta de otras cosas, alcanzar entre las piedras los cangrejos de río, muy numerosos en algunos sitios.
Pero la pobrecita, siempre encorvada y con los pies en el agua, era tan compasiva para con los sufrimientos de los animales que, al ver las contorsiones de los peces que sacaba del río, las mas veces los volvía a echar en él, y apenas solía traer cangrejos, que ha menudo le pellizcaban los dedos hasta hacerle sangrar, y para con los cuales se volvía entonces menos indulgente.
El niño por su parte, al hacer las gavillas de leña y manojos de brezo, a menudo se veía expuesto a los reproches de Tord Chene, ora porque no había traído bastante, ora porque se había entretenido demasiado en charlar con la pastorcilla.
Había cierto día de la semana en la que aquellos dos niños no se encontraban nunca... ¿Cuál era ese día? Seguramente el mismo día que el hada Melusina se convertía en pez y las princesas del Edda en Cisnes.
Al día siguiente de uno de ellos, el pequeño leñador dijo a la pescadora: “Te acuerdas de que ayer te vi pasar por allí, por las aguas del Challepont, con todos los peces haciéndote cortejo... hasta las carpas y los lucios; y tú eras también un pez rojo, muy bonito, con los costados todos relucientes de escamas de oro?
Si me acuerdo, dijo la niña, porque yo te vi a ti, que estabas en la orilla del agua, y parecías una encina muy bonita, que tenia las ramas de arriba de oro... y todos los arboles del bosque se inclinaban hasta el suelo saludándote.
Es verdad, dijo el niño, yo he soñado eso.
Yo también he soñado lo mismo que has dicho tú; pero ¿cómo nos hemos encontrado los dos en el sueño?...
En aquel momento quedo interrumpida la conversación por la aparición de Tord Chene, que golpeo al niño con un grueso garrote, reprochándole que aun no hubiese atado ninguna gavilla.
Y además, ¿no te he recomendado que tronches las ramas que cedan fácilmente y las añadas a las gavillas?
Es que, dijo el niño, el guarda me metería en la cárcel si encontrase madera viva entre mis gavillas... Y además, cuando he querido hacerlo, como me había dicho usted, oía quejarse al árbol.
Igual que yo, dijo la niña, cuando llevo peces en la cesta, los oigo cantar tristemente que los vuelvo a echar al agua... ¡Y entonces me pegan en casa!
¡Cállate, picaruela! Dijo Tord Chene, que parecía animado por la bebida, estas distrayendo a mi sobrino de su trabajo. Te conozco muy bien, con esos dientes puntiagudos de color perla... Eres la Reina de los peces. ¡ Pero ya sabré yo cogerte en cierto día de la semana, y perecerás en el mimbre... en el mimbre!
Las amenazas que había hecho Tord Chene en su embriaguez no tardaron en cumplirse. La niña se hallo atrapada en la forma de pez rojo que el destino le obligaba a tomar ciertos días. Por ventura, cuando Tord Chene quiso, haciéndose ayudar por su sobrino, sacar del agua la hasa de mimbre este reconoció el hermoso pez rojo de escamas de oro que había visto en sueños, como transformación adicional de la pastorcilla.
Se atrevió a defenderla contra Tord Chene, he incluso le golpeo con un zueco. Éste, furioso, le agarro del pelo intentando derribarlo; pero se extraño de encontrar una resistencia muy grande: es que el niño estaba agarrado a la tierra por los pies con tanta fuerza que su tío no podía lograr arrancarlo ni derribarlo, y le hacia girar en vano en todos los sentidos.
En el momento en que iba a resultar vencida la resistencia del niño, los árboles del bosque se estremecieron con un ruido sordo, las ramas agitadas hicieron silbar a los vientos y la tempestad hizo retroceder a Tord Chene, que se retiro a su cabaña de leñador.
Pronto salió de ella, amenazante, terrible y transfigurado como un hijo de Odin; en su mano brillaba un hacha escandinava que amenazaba los árboles, igual al martillo de Thor que hiende las rocas.
El joven rey de los bosques, víctima de Tord Chene – su tío usurpador – , sabia ya cual era su rango, que le querían ocultar. Los árboles le protegían, pero solo por su masa y resistencia pasiva...
En vano se entrelazaban por todos lados malezas y retoños para detener los pasos de Tord Chene, este ha llamado a sus leñadores y va trazándose camino a través de aquéllos obstáculos. Han caído ya bajo las hachas y destrales varios árboles que antaño, en tiempos de viejos druidas, fueron sagrados.
Por ventura la Reina de los peces no había perdido su tiempo. Había ido a arrojarse a los pies del Marne, del Oise y del Aisne, los tres grandes ríos vecinos, representándoles que si no detenían los proyectos de Tord Chene, con sus terribles leñadores, los bosques demasiados despejados ya no detendrían los vapores que producen las lluvias y que abastecen de agua a lo arroyos, ríos y albuferas; que los propios manantiales se agostarían y ya no harían manar el agua necesaria para alimentar a los ríos, sin contar con que se verían destruidos todos los peces, así como los animales silvestres y pájaros.
Los tres grandes ríos se avinieron de tal modo sobre aquello que en el suelo en el que Tord Chene con sus compañeros, trabajaban en la destrucción de los árboles – sin haber podido alcanzar aún, con todo, al joven príncipe de los bosques – fue enteramente anegado por una inmensa inundación, que no se retiro sino tras la destrucción completa de los agresores.
Fue entonces cuando el Rey de los bosques y la Reina de los Peces pudieron reemprender sus inocentes conversaciones.
Ya no eran un leñadorcito y una pescadorcilla, sino un silfo y una ondina que, más tarde, fueron legítimamente unidos.

Mi Querido Erasmo


Elogio de la Locura (Extracto)
Erasmo de Rotterdam
(Declamación)Habla la Locura...


XXX.- ¿Debo decir, o debo silenciar lo que resta, dioses mortales? Más ¿Porqué silenciarlo, cuando es más verdadero que la verdad? Acercaos, pues, un momento, hijas de Júpiter, y os mostrare que nadie puede sostener la egregia sabiduría y la felicidad si no la guía la locura.
En Primer lugar hay que confesar que todas las pasiones humanas pertenecen a la locura. Lo que distingue al loco del sabio, es que aquel esta guiado por las pasiones y este por la razón. De ahí que todos los estoicos alejen del sabio todas las perturbaciones, consideradas como enfermedades, aunque en realidad las pasiones no sólo son el piloto encargado de llevar a puerto de la sabiduría, sino que también suelen ser en función de cualquier virtud algo así como la espuela que induce a obrar bien. Sin duda Séneca, doblemente estoico, protestara contra esto, pues prohíbe al sabio toda clase de pasión. Pero al que hiciera esto no le quedaría nada de ser humano, sino que se convertiría en un demiurgo, un nuevo dios que nunca existió y que nunca existirá, o, para decirlo mas claro, en una estatua de mármol con figura de hombre, privada de inteligencia y de todo sentimiento humano. ¿Quién no huiría aterrorizado, como de un monstruo o espectro, de un hombre como ese, que fuera sordo a los sentimientos naturales, que no sintiera alguna emoción, y el amor y la misericordia no le conmoverían, de un hombre a quien nada se le escapa y que en nada yerra, porque como Linceo todo lo descubre, de un hombre que nada ignora, que solo de si mismo esta contento... ¿Quién no preferiría tomar al azar, en la masa de los locos mas calificados, uno cualquiera que siendo loco pueda mandar u obedecer a los locos, que guste a sus semejantes, afectuoso y alegre con sus amigos, amable anfitrión, y finalmente al que nada humano le sea extraño? Pero ese desdichado sabio desdichado ya me produce lástima.

Isidore Ducasse





El Conde de Lautrémont




Rubén Darío
“Los Raros”

Su verdadero nombre se ignora. El Conde de Lautrémont es su pseudónimo. Él se dice montevideano; pero ¿quién sabe nada de la verdad de esa vida sombría, pesadilla de algún triste ángel a quien martiriza en el empíreo el recuerdo del celeste Lucifer? Vivió desventurado y murió loco. Escribió un libro que sería único si no existiesen las prosas de Rimbaud; un libro diabólico y extraño, burlón y aullante, cruel y penoso; un libro en que se oyen a un mismo tiempo los gemidos del dolor y los sinistros cascabeles de la locura.
León Bloy fue el verdadero descubridor del Conde de Lautrémont. El furioso San Juan de Dios hizo ver como llenas de luz las llagas del alma del Job blasfemo. Mas hoy mismo, en Francia y Bélgica, fuera de un reducidísimo grupo de iniciados, nadie conoce ese poema que se llama Cantos de Maldoror, en el cual esta vaciada la pavorosa angustia del infeliz y sublime montevideano, cuya obra me toco hacer conocer a América en Montevideo. No aconsejare yo a la juventud que se abreve en estas negras aguas, por más que en ellas se refleje la maravilla de las constelaciones. No sería prudente a los espíritus jóvenes conversar mucho con ese hombre espectral, siquiera fuese por bizarría literaria, o gusto de un manjar nuevo. Hay un juicioso consejo de la Cábala: “No hay que juzgar al espectro, porque se llega a serlo”. Y si existe un autor peligroso a este respecto, es Conde de Lautréamont. ¿Qué infernal cancerbero rabioso mordió a esa alma, allá en la región del misterio, antes que viniese a encarnarse a este mundo? Los clamores del Teófobo ponen espanto en quien los escucha. Si yo llevase a mi musa cerca del lugar en donde el loco esta enjaulado vociferando al viento, le taparía los oídos.
Como a Job le quebraron los sueños y le turban las visiones. Como Job, puede exclamar: “Mi alma es cortada en mi vida; yo soltaré mi queja sobre mí y hablaré con amargura de mi alma”. Pero Job significa “el que llora”; Job lloraba y el pobre Lautrémont no llora. Su libro es un breviario satánico, impregnado de melancolía y tristeza. “el espíritu maligno –dice Quevedo en su Introducción a la vida devota- se deleita en la tristeza y melancolía por cuanto es triste y melancólico, y lo será eternamente”. Más aún: quién ha escrito los Cantos de Maldoror puede muy bien haber sido poseso. Recordaremos que ciertos casos de locura que hoy la ciencia clasifica con nombres técnicos en el catálogo de las enfermedades nerviosas, eran y son vistos por la Santa Madre Iglesia como casos de posesión para los cuales se hace preciso el exorcismo. “¡Alma en ruinas!”. Exclamaría Bloy con palabras húmedas de compasión.
Job: “El hombre nacido de mujer, corto de días y harto de desabrimiento…”
Lautrémont: “Soy hijo del hombre y de la mujer, según lo que se me ha dicho. Eso me extraña. ¡Creía ser más!”
Con quien tiene puntos de contacto es con Edgar A. Poe.
Ambos tuvieron la visión de lo extranatural, ambos fueron perseguidos por los terribles espíritus enemigos, “horlas” funestas arrastran al alcohol, a la locura, o a la muerte; ambos experimentaron la atracción de las matemáticas, que son, con la teología y la poesía, los tres lados por donde puede ascenderse a lo infinito. Más, Poe fue celeste, y Lautrémont Infernal.
Escuchad estos amargos fragmentos:
“Soñé que había entrado en el cuerpo de un puerco, que no me era fácil salir, y que enlodaba mis cerdas en los pantanos más fangosos. ¿Era ello como una recompensa? Objeto de mis deseos: ¡no pertenecería más a la humanidad! Así interpretaba yo, experimentando una profunda alegría. Sin embargo, rebuscaba activamente qué acto de virtud había realizado, para merecer de parte de la Providencia este insigne favor…
“Mas, ¿quién conoce sus necesidades íntimas, o la causa de sus goces pestilenciales? La metamorfosis no pereció jamás a mis ojos, sino como el alta y magnifica repercusión de una felicidad perfecta que esperaba desde hace largo tiempo. ¡Por fin había llegado el día en que yo me convirtiese en un puerco! Ensayaba mis dientes sobre la corteza de los árboles; mi hocico, lo contemplaba con delicia. “No quedaba en mi la menor partícula de divinidad”: supe elevar mi alma hasta la excesiva altura de esta voluptuosidad inefable.”
León Bloy, que en asuntos teológicos tiene la ciencia de un doctor, explica y excusa en parte la tendencia blasfematoria del lúgubre alienado, suponiendo que no fué sino un blasfemo por amor. “Después de todo, este odio rabioso para el Creador, para el Eterno, para el todopoderoso, tal como se expresa, es demasiado vago en su objeto, puesto que no toca nunca los símbolos”, dice.
Oíd la voz macabra del raro visionario. Se refiere a los perros nocturnos, en este pequeño poema en prosa que hace daño a los nervios. Los perros aúllan: “sea como un niño que grita de hambre, sea como un gato herido en el vientre, bajo un techo, sea como una mujer que pare; sea como un moribundo atacado por la peste, en el hospital; sea como una joven que canta con un aire sublime –contra las estrellas al Norte, contra las estrellas al Este, contra las estrellas al Sur, contra las estrellas al Oeste; contra la luna; contra las montañas; semejantes, a lo lejos, a rocas gigantes, yacentes en la obscuridad-; contra el aire frío que ellos aspiran a plenos pulmones, que vuelve lo interior de sus narices rojo y quemante; contra el silencio de la noche; contra las lechuzas, cuyo vuelo oblicuo les roza los labios y las narices, y que llevan un ratón o una rana en el pico, alimento vivo, dulce para la cría; contra las liebres que desaparecen en un parpadear; contra el ladrón que huye, al galope de su caballo, después de haber cometido un crimen; contra las serpientes agitadoras de las hierbas, que les ponen temblor en sus pellejos y les hacen chocar los dientes –contra sus propios ladridos, que a ellos mismos da miedo; contra los sapos, a los que revientan de un solo apretón de sus mandíbulas (¿para qué se alejaron del charco?); contra los árboles, cuyas hojas muellemente mecidas son otros tantos misterios que no comprenden, y que quieren descubrir con sus ojos fijos inteligentes-; contra las arañas suspendidas entre las largas patas, que suben a los árboles para salvarse; contra los cuervos que no han encontrado qué comer durante el día que vuelven al nido, el ala fatigada; contra las rocas de la ribera; contra los fuegos que fingen mástiles de navíos invisibles; contra el ruido sordo de las olas; contra los grandes peces que nadan mostrando su negro lomo y se hunden en el abismo-, y contra el hombre que les esclaviza…”
“Un día, con ojos vidriosos, me dijo mi madre:
“-Cuando estés en tu lecho, y oigas los aullidos de los perros en la campiña, ocúltate en tus sabanas, no rías de los que ellos hacen, ellos tienen una sed insaciable de lo infinito, como yo, como el resto de los humanos, a la figure pâle et loingue…” “Yo-sigue él-, como los perros sufro por necesidad de lo infinito. ¡No puedo, no puedo llenar esa necesidad!” es ello insensato, delirante; “mas hay algo en el fondo que a los reflexivos hace temblar”.
Se trata de un loco, ciertamente. Pero recordad que el deus enloquecía a las pitonisas, y que la fiebre divina de los profetas producía cosas semejantes: y que el autor “vivió” eso, y que no se trata de una “obra literaria”, sino el grito, del aullido de un ser sublime martirizado por Satanás.
Él como se burla de la belleza –como de Psiquis, por odio a Dios -, lo veréis en las siguientes comparaciones, tomadas de otros pequeños poemas:
“…El gran duque de Virginia, era bello, bello como la memoria sobre la curva que describe un perro que corre tras su amo…” “El vautour des agneaux, bello como la ley de la detención del desarrollo del pecho en los adultos cuya propensión de crecimiento no está en relación con la cantidad de moléculas que su organismo asimila…” El escarabajo, “bello como el temblor de las manos en el alcoholismo…”
El adolescente, “bellos como la retractibilidad de las garras el ave de rapiña”, o aún “como la poca seguridad de los movimientos musculares en las llagas de las partes blandas de la región cervical posterior”, o, todavía, “como esa trampa perpetua para ratones, toujours retendu par l’animal pris, qui peut prende seul des rongeurs indéfiniment, et fonctionner même caché sous la paille”,y, sobre todo, bello “como el encuentro fortuito sobre una mesa de disección, de una maquina de coser y un paraguas…”
En verdad, ¡oh espíritus serenos y felices!, que eso es de un “humor” hiriente y abominable.
¡Y el final del primer canto! Es una agradable cumplimiento para el lector el que Baudelaire le dedica en las Flores del Mal, al lado de esta despedida: Adieu, vieillard, et pense à moi, si tu m’as lu. Toi, jeune homme, ne te désespére point; car tu as un ami dans le vampiro, malgré ton opinión contraire. En comptant l’acarus sarcopte qui produit la gale, tu auras deux amis.
Él no pensó jamás en la gloria literaria. No escribió sino para sí mismo. Nació con la suprema llama genial, y esa misma le consumió.
El Bajísimo le poseyó, penetrando en un ser por la tristeza. Se dejó caer. Aborreció al hombre y detesto a Dios. En las seis partes de su obra sembró una flora enferma, leprosa, envenenada. Sus animales son aquéllos que hacen pensar en las creaciones del Diablo: el sapo, el búho, la víbora, la araña. La desesperación es el vino que le embriaga. La Prostitución, es para el él, el misterioso símbolo apocalíptico, entrevisto por excepcionales espíritus en su verdadera trascendencia: “Yo he hecho un pacto con la prostitución, a fin de sembrar el desorden en las familias… ¡Ay…! ¡Ay…! grita la bella mujer desnuda: los hombres algún día serán justos. No digo más. Déjame partir, para ir a ocultar en el fondo del mar mi tristeza infinita. No hay sino tú y los monstruos odiosos que bullen en esos negros abismos, que no me desprecien”.
Y Bloy “El signo incontestable del gran poeta es la “inconsciencia” profética, la tirbadora facultad de proferir sobre los hombres y el tiempo, palabras inauditas y misteriosas cuyo contenido ignora él mismo. Esa es la misteriosa estampilla del Espíritu Santo sobre las frentes sagradas o profanas. Por ridículo que pueda ser, hoy, descubrir a un gran poeta y descubrirle en una casa de locos, debe declarar en conciencia, que estoy cierto de haber realizado el hallazgo.
El poema de Lautrémont se publico hace diez años en Bélgica. De la vida de su autor nada se sabe. Los “modernos” grandes artistas de la lengua francesa, se habla del libro como un devocionario simbólico, raro, inencontrable.