Montaña y Arbol

Poesía, Cuentos, Arte y Literatura

jueves, octubre 15, 2009

Enrique Lihn "MONÓLOGO DE UN PADRE CON SU HIJO DE MESES" DEL LIBRO "LA PIEZA OSCURA"



Enrique Lihn
"MONÓLOGO DE UN PADRE CON SU HIJO DE MESES"
DEL LIBRO "LA PIEZA OSCURA"


Nada se pierde con vivir, ensaya:
aquí tienes un cuerpo a tu medida
Lo hemos hecho en sombra por amor a las artes de la carne
pero también en serio
pensando en tu visita como en un nuevo juego gozoso y doloroso;
por amor a la vida, por temor a la muerte y a la vida,
por amor a la muerte
para ti o para nadie.

Eres tu cuerpo, tómalo, haznos ver que te gusta como a nosotros este doble regalo que
te hemos hecho y que nos hemos hecho.
Cierto, tan sólo un poco del vergonzante barro original,
la angustia y el placer en un grito de impotencia.
Ni de lejos un pájaro que se abre en la belleza del huevo,
a plena luz, ligero y jubiloso, sólo un hombre:
la fiera vieja del nacimiento, vencida por las moscas, babeante y rebosante.

Pero vive y verás el monstruo que eres con benevolencia
abrir un ojo y otro así de grandes,
encasquetarse el cielo, mirarlo todo como por adentro,
preguntarle a las cosas por sus nombres
reír con lo que ríe,
llorar con lo que llora,
tiranizar a gatos y conejos.

Nada se pierde con vivir, tenemos todo el tiempo del tiempo por delante
para ser el vacío que somos en el fondo.
Y la niñez, escucha:
no hay loco más feliz que un niño cuerdo
ni acierta el sabio como un niño loco.
Todo lo que vivimos lo vivimos ya a los diez años más intesamente;
los deseos entonces se dormían los unos en los otros.
Venía el sueño a cada instante,
el sueño que restablece en todo el perfecto desorden
a rescatarte de tu cuerpo y tu alma;
allí en ese castillo movedizo eras el rey, la reina, tus secuaces, el bufón que se ríe de sí mismo,
los pájaros, las fieras melodiosos.

Para hacer el amor allí estaba tu madre
y el amor era el beso de otro mundo en la frente,
con que se reanima a los enfermos,
una lectura a media voz,
la nostalgia de nadie y nada que nos da la música.

Pero pasan los años por los años y he aquí que eres ya un adolescente.
Bajas del monte como Zaratustra a luchar por el hombre contra el hombre:
grave misión que nadie te encomienda;
en tu familia inspiras desconfianza,
hablas de Dios en un tono sarcástico, llegas a casa al otro día, muerto.
Se dice que enamoras a una vieja, te han visto dando saltos en el aire,
prolongas tus estudios con estudios de los que se resiente tu cabeza.
No hay alegría que te alegre tanto como caer de golpe en la tristeza
ni dolor que te duela tan a fondo como el placer de vivir sin objeto.
Grave edad, hay algunos que se matan porque no pueden soportar la muerte,
quienes se entregan a una causa injusta en su sed sanguinaria de justicia.
Los que más bajo caen son los grandes,
a los pequeños les perdemos el rumbo.
En el amor se traicionan todos,
el amor es el padre de sus vicios.
Si una mujer se enternece contigo le exigirás te siga hasta la tumba,
que abandone en el acto a sus parientes,
que instale en otra parte su negocio.

Pero llega el momento fatalmente en que tu juventud te da la espalda
y por primera vez su rostro inolvidable en tanto huye de ti que la persigues a salto de ojo,
inmóvil, en una silla negra.
Ha llegado el momento de hacer algo parece que te dice todo el mundo
y tu dices que sí, con la cabeza.
En plena decadencia metafísica caminas ahora con una libretita de direcciones en la mano,
impecablemente vestido,
con la modestia de un hombre joven que se abre paso en la vida,
dispuesto a todo.
El esquema que te hiciste de las cosas hace aire y se hunde en el cielo dejándolas a todas en su sitio.
De un tiempo a esta parte te mueves entre ellas como un pez en el agua.
Vives de lo que ganas, ganas lo que mereces, mereces lo que vives:
eres, por fin, un hombre entre los hombres.

Y así llegas a viejo como quien vuelve a su país de origen después de un viaje interminable corto de revivir, largo de relatar,
te espera en tí la muerte, tu esqueleto con los brazos abiertos,
pero tu la rechazas por un instante,
quieres mirarte larga y sucesivamente en el espejo que se pone opaco.
Apoyado en lejanos transeúntes vas y vienes de negro,
al trote,conversando contigo mismo a gritos, como un pájaro.
No hay tiempo que perder, eres el último de tu generación en apagar el sol y convertirte en polvo.

No hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.
Se te ve en todas parte dando vueltas en torno a cualquier cosa como en éxtasis.
De tus salidas a la calle vuelves con los bolsillos llenos de tesoros absurdos: guijarros, florecillas.
Hasta que un día ya no puedes luchar a muerte con la muerte y te entregas a ella, a un sueño sin salida, más blanco cada vez, sonriendo, sollozando como un niño de pecho.

Nada se pierde con vivir, ensaya: aquí tienes un cuerpo a tu medida,
lo hemos hecho en la sombra por amor a las artes de la carne pero también en serio,
pensando en tu visita
para ti o para nadie

domingo, agosto 02, 2009

Palabra de Bradbury


A los 89 años Una conversación con el escritor:

Palabra de Bradbury


Visionario y emprendedor, cerrado defensor de las bibliotecas y de los libros de papel. Así se muestra el autor de "Fahrenheit 451" en esta entrevista en su casa de Los Angeles.

Rocío Ayuso Babelia


Si hubiera nacido en el siglo XV, Ray Bradbury (Waukegan, Illinois, 1920) sería un perfecto hombre del Renacimiento, un Leonardo da Vinci prolífico y genial en cualquier campo. Y si fuera producto del siglo XXI, de esos años que anticipó en sus libros y en su cabeza, sería el mejor ejemplo de la cultura multimedia capaz de expresarse con palabras, con edificios y con sueños espaciales que se han ido haciendo realidad.



A los ojos de quien simplemente lo vea sentado a la puerta de su casa, bañado por el sol en lo alto de la escalera que conduce al que es su hogar desde hace 50 años en el apacible barrio angelino de Cheviot Hills, el escritor y novelista, visionario y arquitecto, guionista, ensayista y poeta, uno de los padres de la literatura fantástica contemporánea, no será más que un abuelo simpático y de mirada pícara dispuesto a contar batallitas de otros tiempos. Al fin y al cabo, el próximo 22 de agosto se coloca a las puertas de los 90. Una edad en la que el descanso está más que merecido. Pero esta última sería una visión muy simplista del Bradbury actual, de su talento y de su temperamento. Porque, utilizando una expresión típicamente costarricense, el hombre que dio al mundo "Fahrenheit 451" y "Crónicas marcianas" es "pura vida" incluso a los 88. Como dijo George Clayton Johnson, autor de "La fuga de Logan", "Ray siempre ha sido un niño de 14 a punto de cumplir los 15".

La inquietud del adolescente sigue reflejada en el rostro de Bradbury, aunque el cuerpo lo traicione mostrando rastros de una edad que le limita el movimiento. La vista también está prácticamente perdida en los ojos de un hombre que "fue capaz de verlo todo mucho antes", como le dijo el padre de la carrera espacial, el alemán Wernher von Braun, a la llegada del primer cohete a Marte, cuando compartió con él ese triunfo para la humanidad. Y el oído también le falla. Pero lo importante es la mente, y ésa sigue ahí. Como asegura a modo de recibimiento o de mantra, "el momento más feliz del día es levantarme cada mañana y ponerme a escribir". Ahora es más complicado que hace casi seis décadas, cuando alquilaba la máquina de escribir en los bajos de la Biblioteca de la Universidad de California en Los Angeles para desgranar las páginas de "Fahrenheit 451", su obra más conocida. Pero el proceso es el mismo. "Nunca he trabajado por dinero, tampoco buscaba una carrera. Decidí ser escritor a los 3 años, empecé a escribir con 12, y he escrito desde entonces. Para sentirme a gusto", se explaya con sencillez. "Todo es amor. Escribo por amor, y ése es mi único consejo. Ama lo que escribes y escribe lo que amas", añade el escritor, de quien ahora se publican en España sus dos novelas cortas "En algún lugar" y "Leviatán 99", agrupadas en el libro "Ahora y siempre".


"Siempre mirando arriba"


Bradbury nunca recibió un consejo. Ni tan siquiera una preparación formal, ya que, como recuerda este autor de afilada memoria, especialmente para todo aquello que ocurrió durante la primera mitad de su vida, él se graduó en la biblioteca, enseñándose a sí mismo rodeado de libros. Una carrera autodidacta que prefiere explicar de otra forma: "Me enseñó Shakespeare, me enseñó Jules Verne. Edgar Allan Poe me dijo que escribiera. Edgar Rice Burroughs y 'John Carter de Marte'. H. G. Wells y 'El hombre invisible'. Los grandes nombres fueron mi influencia, y con ellos nunca necesité más consejo. Ése es el camino a seguir, siempre mirando arriba, nunca para abajo". Son los mismos amigos de papel que ahora lo acompañan en casa, más de mil volúmenes apilados por el comedor y otros tantos en el que fue su estudio y ahora es su museo. Una habitación dominada por una gran pantalla plana, cual monolito de 2001, con Bradbury sentado enfrente rodeado de pilas de libros y una amalgama de objetos de lo más variado. Un Oscar bien manoseado que además no es suyo. Se lo dio el vecino al morir (William V. Skall, por "Juana de Arco"), porque los escarceos cinematográficos de Bradbury le han dejado más mal sabor de boca que premios. Una estatua de Lon Chaney vestido como en "El fantasma de la Ópera", uno de sus filmes preferidos de infancia. Una página original del "Príncipe Valiente" autografiada "con cariño" por Hal Foster. O una réplica de esa otra leyenda, Rosebud, el trineo de Ciudadano Kane, también entre sus películas preferidas. Además de peluches, videos, postales y otros honores, todos ellos fruto del amor de sus seguidores. "Me dicen que me quieren, y es todo lo que quiero oír", admite, dejándose querer.


El libro amenazado


Él ha dejado su amor en sus libros. El tercer hijo de Leonard Spaulding Bradbury y Esther Marie podía haber sido actor. Ése era el medio de expresión que lo enamoró cuando iba al cine con su madre a ver a Chaney. "Quería estar en un escenario, pero nunca recordaba mis frases, así que fue mejor escribirlas", afirma, sin lamentar el cambio de carrera. Al principio no tenía máquina de escribir, y su biografía y sus palabras certifican que hasta los 21 años no publicó su primer trabajo profesional remunerado: fue el cuento "Péndulo" en la revista Super Science Stories. Sus recuerdos de entonces no distan mucho de los de cualquier escritor que se abre camino: "Cuando me casé no ganaba ni tres dólares a la semana. Maggie tenía que mantenernos. Y para 1950 la cosa tampoco había cambiado tanto. Ganaba seis dólares semanales".

Sin embargo, esa década cambiaría muchas cosas. Primero fue la publicación de "Crónicas marcianas", un recuento de los esfuerzos en la conquista de Marte y sus consecuencias, y tres años más tarde llegó el libro que Bradbury describe como su única novela de ciencia ficción y que el resto califica de obra maestra, "Fahrenheit 451". "Los libros se escriben ellos. Yo no decido", describe humilde o visionario de la historia de una sociedad donde la palabra escrita está prohibida, los bomberos se encargan de quemar libros, la televisión aboba y a los rebeldes sólo les queda convertirse en hombres libro, memorizando sus obras y pasándolas verbalmente de generación en generación. Bradbury se queda tan impávido cuando dice, provocador, que fue Hitler quien le contó la historia cuando quemó los libros en las calles de Berlín. "Cuando vi lo que había hecho, lo odié profundamente. Tenía que hacer algo, y escribí 'Fahrenheit 451' ", admite. Muchos también han visto en este libro una historia contra la censura. O una respuesta a la caza de brujas del senador Joseph McCarthy en un triste periodo de la historia estadounidense que estaba acabando con la creatividad de muchos. El propio Bradbury afirma en los testimonios orales que ofrece en su página web (www.raybradbury.com) que el libro sopesa las consecuencias que tiene en la literatura la aparición de la televisión, un medio que te llena a base de información inútil. Son muchas las teorías que rodean esta obra, pero hoy el autor deja que sean sus personajes los que carguen con esa responsabilidad. "Mis libros se escriben y yo no hago preguntas. Recuerdo que en 1950, al salir de un restaurante, un policía nos paró porque íbamos caminando en Los Angeles. Esa misma noche escribí "El peatón". Años más tarde saqué a pasear a ese peatón con Clarisse y ella escribió Fahrenheit 451. Ella, Montang y Faber son los creadores de ese mundo. El libro es realmente maravilloso, pero son ellos quienes lo cuentan", aclara, dándoles todo el mérito a sus protagonistas.


La promesa incumplida de Mel Gibson


François Truffaut se encargó de adaptar la novela a la pantalla en una versión que para el cinéfilo Bradbury es "un noventa por ciento" fiel a su texto. Además, el autor, amigo de Alfred Hitchcock, contribuyó a su realización facilitando la contratación de Bernard Herrmann como compositor de la banda sonora. El único pero: que Julie Christie interpretó tanto el papel de Clarisse como el de Linda Montang. "Eso era muy confuso", le reprocha el autor. La vida cinematográfica de esta película sigue confundiendo a Bradbury. Incluso lo irrita, porque él, de natural bonachón, pierde los nervios acordándose de Mel Gibson. "¡Me compró los derechos por 500.000 dólares hace ya más de seis años, y no ha hecho nada! ¡Qué estúpido es eso! Le devolvería el dinero con tal de que haga la película. Es un gran actor, que además ha hecho grandes películas, pero hasta ahora todos los guiones que he leído son una mierda", sentencia exaltado sobre un remake que nunca llega. Una más de las experiencias frustradas con la industria del cine de un autor que siempre ha querido controlar su obra.

Hollywood no es el único medio que le hace perder la paciencia. Los hay peores. "Hace un mes me llamaron de Yahoo! porque querían poner una de mis novelas en internet. Les dije que se fueran al infierno", recuerda hecho un basilisco. Mencionarle Internet sólo aviva las llamas. "¡Que quemen la red en lugar de quemar libros!", sentencia, a pesar de contar con una página web bien cuidada. ¿Y los libros electrónicos tipo Kindle? "Esos no son libros. Los libros sólo tienen dos olores: el olor a nuevo, que es bueno, y el olor a libro usado, que es todavía mejor", dice, romántico, este visionario criado a la antigua usanza. Su última batalla a favor de la palabra impresa es su defensa de las bibliotecas, esos dinosaurios en vías de extinción por falta de interés y fondos que Bradbury está dispuesto a mantener con vida, aunque su batalla suene quijotesca. "No creo que las bibliotecas estén obsoletas, y no permitiré que acaben con ellas, así me tenga que poner en medio para evitarlo", amenaza con la medalla de honor colgada en su pecho por todo escudo.


"Nuestro futuro está en el espacio"


Pese a las apariencias, Bradbury siempre ha tenido la vista en el futuro. Un futuro verbal expresado en sus más de 500 historias cortas que también ha sido un futuro arquitectónico, diseñador de la primera galería comercial en Estados Unidos, del pabellón estadounidense en la Feria Mundial celebrada en Nueva York en 1964 o de las atracciones espaciales tanto en el Epcot de DisneyWorld, en Florida, como en EuroDisney, en París. Y si quieres ver cómo se ilumina su rostro, sólo tienes que hablar del programa espacial. "Nunca he conducido un coche. No me gusta montar en avión. Pero hace unas semanas operé un Rover en Marte. Ahí queda eso", me reta, insuperable, con su nombre bautizando uno de los cráteres del planeta rojo. Le pesan los 40 años pasados desde que el hombre llegó a la Luna, pero de nuevo prefiere mirar adelante. "Lo necesitamos, porque nuestro futuro está en el espacio, en la Luna, en Marte, en Alpha Centauro. Y en un millón de años las nuevas generaciones estarán ahí para agradecérnoslo. Viviremos para siempre".

viernes, julio 31, 2009

Verde que te quiero verde


Romance Sonámbulo


Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda,
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.

Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.

--Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando,
desde los puertos de Cabra.
--Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Compadre, quiero morir,
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿No ves la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
--Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
--Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡dejadme subir!, dejadme
hasta las verdes barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
--¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.


Federico García Lorca

sábado, julio 25, 2009

Julio Cortazar


INSTRUCCIONES PARA SUBIR  UNA ESCALERA



Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal
que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo, y luego la parte siguiente se
coloca paralela a este plano, para dar paso a una nueva perpendicular, conducta que
se repite en espiral o en línea quebrada hasta alturas sumamente variables.
Agachándose y poniendo la mano izquierda en una de las partes verticales, y la
derecha en la horizontal correspondiente, se está en posesión momentánea de un
peldaño o escalón. Cada uno de estos peldaños, formados como se ve por dos
elementos, se sitúa un tanto más arriba y adelante que el anterior, principio que da
sentido a la escalera, ya que cualquiera otra combinación producirá formas quizá más
bellas o pintorescas, pero incapaces de trasladar de una planta baja a un primer piso.
Las escaleras se suben de frente, pues hacia atrás o de costado resultan
particularmente incómodas. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, los
brazos colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida aunque no tanto que los ojos dejen de
ver los peldaños inmediatamente superiores al que se pisa, y respirando lenta y
regularmente. Para subir una escalera se comienza por levantar esa parte del cuerpo
situada a la derecha abajo, envuelta casi siempre en cuero o gamuza, y que salvo
excepciones cabe exactamente en el escalón. Puesta en el primer peldaño dicha parte,
que para abreviar llamaremos pie, se recoge la parte equivalente de la izquierda
(también llamada pie, pero que no ha de confundirse con el pie antes citado), y
llevándola a la altura del pie, se le hace seguir hasta colocarla en el segundo peldaño,
con lo cual en ‚este descansará el pie, y en el primero descansará el pie. (Los primeros
peldaños son siempre los más difíciles, hasta adquirir la coordinación necesaria. La
coincidencia de nombre entre el pie y el pie hace difícil la explicación. Cuídese
especialmente de no levantar al mismo tiempo el pie y el pie).
Llegado en esta forma al segundo peldaño, basta repetir alternadamente los
movimientos hasta encontrarse con el final de la escalera. Se sale de ella fácilmente,
con un ligero golpe de talón que la fija en su sitio, del que no se moverá hasta el
momento del descenso

jueves, julio 23, 2009

"ACTAS SURREALISTAS" Braulio Arenas


LA MUJER

La mujer representa a mis ojos un mundo superdeterminado, en donde todas mis ideas de belleza, de poesía, de agresión, en donde mi alegría de vivir y su compañero inseparable -el terror a lo efímero-, han tallado en las innumerables facetas de la nostalgia de la belleza. La mujer es para mí una divinidad que adoro por mi arte y a través de él. El pez y ave, la mariposa y el beso, la flor quemante y mi ojo, la lengua del mar y los brazos blancos de la playa, los altos talones sonoros y la oreja que los acuna, todo es mujer en mi pintura. Por sus atributos seductores, ella se disimula, y se revela, se substrae y ataca, desvía y se intensifica, pero jamás -no obstante- entrega una respuesta definitiva. Ella es una visión de metamorfosis, la que, cuando uno cree asirla, se oculta y se convierte, acaso, en un rayo luminoso. Ella se desliza entre arcos encorvados por la eternidad, un ojo observa. El ojo se convierte en un pez con la forma de un huso, el iris de su ojo se ha deslizado un tanto y forma la cabeza. El pez vuelve a ser una mujer con caderas redondas, la cabeza es un sol que lentamente se libera, para de nuevo resplandecer como el retrato eterno de mi mujer.

Mi mujer no consiste en productos de belleza patentados, ella no es para los estetas ni para los sillones, ella no es abstracta sino de naturaleza poética, inquietante. Ella encarna para mí lo extraño, lo perfecto de mi existencia:

La mujer es el mar con lentejuelas de mi vértigo,
es mi sol de eternidad que besa mi boca ciega,
el faisán de plata adornado para la danza,
la mirada fija del ave bajo las pestañas,
es mi mujer en la visión que despliega su rostro.

Svanberg

viernes, mayo 22, 2009

Enrique Gómez Correa



ALICIA EN EL PAIS DE LAS MARAVILLAS


Cuando se descargan los deseos del árbol
Cuando el árbol abre bien el ojo y recupera el olfato
Y se fija en nosotros que nos identificamos con el fastidio del lago
Pese a la furia de las nubes y de las manos que imploran piedad
Entonces la imaginación es sacudida por inevitables cataclismos.
Algún día se desatará el nudo que perturba el hilo de la memoria
Algún día no habrán los extremos de sueño y vigilia
Y tú bella desconocida podrás tenderte libremente sobre la yerba del placer
En tu pecho crecerá el muérdago el oxiacanto
La mirada tuya será mi propia mirada
Y te sentarás esperándome todas las tardes a la entrada de los golfos a los que ahora me empuja
A esos golfos negros temidos por los perros
Arrancados a viva fuerza de los territorios del demonio.
No tendremos la inquietud
Ni el asalto a mansalva
Ni la nube de la que tú sabes sacar tanto partido
N i la piedra que nos endurece el ojo y la nariz Ni yo mismo que me compadezco de su pobre ser.
El hombre volverá a su estado de planta
De nariz trepadora
De pájaro errante
En buenas cuentas con sus cinco sentidos independientes
Y entregados al más cruel y perfecto desorden.


Enrique Gómez Correa

jueves, mayo 07, 2009

"El Cementerio Marino" Paul Valery


El Cementerio Marino


Paul Valery
No desees, alma mía, vida inmortal. Goza, mejor. de la que tienes.
PÍNDARO, Piticas, III



Techo tranquilo, paso de palomas,
palpitando entre pinos y entre tumbas.
Prende en él, Mediodía justo, en fuegos
el mar, el mar sin pausa renovándose.
¡Recompensa después de un pensamiento:
poder mirar la calma de los dioses!
¡Qué eclosión de relámpagos consume
tantos diamantes de indivisible espuma
y qué paz aparente se concibe!
Cuando sobre el abismo un sol reposa,
labores puras de una eterna causa,
el Tiempo es centelleo y ciencia el Sueño.
Terco tesoro, templo de Minerva,
masa de calma y provisión visible,
agua parpadeante, Ojo que guardas,
bajo un cendal de llama, tanto sueño:
¡mi silencio!... En el alma, casa alzada,
mas colmo de oro con mil tejas, Techo .
Templo del Tiempo que un suspiro asume,
subo al ámbito puro y me acostumbro,
ceñido todo de mirar marino;
y, tal mi ofrenda máxima a los dioses,
el serenado centelleo siembra,
en lo sumo, un desprecio soberano.
Como la fruta en goce se deshace
y su ausencia en delicia permanece
mientras su forma expira en una boca,
yo husmeo aquí mi próxima humareda,
y el ciclo canta al alma consumida
el cambio, entre el rumor de las riberas.
¡Mira como yo cambio, hermoso cielo!
Después de tanto orgullo y tan extraña
pereza, tan repleta de potencia,
a este espacio brillante me abandono;
sobre losas de muertos va mi sombra
que a su lábil moverse me acostumbra!
Expuesta el alma a antorchas del solsticio
te hago frente, ¡oh clarísima justicia
de la luz, la de armas implacables!
A tu origen, y pura, te devuelvo.
¡Mírate bien! Pues devolver la luz
supone una mitad triste de sombra.
Para mí, sólo en mí, y en lo que soy,
en la sangre, en las fuentes del poema,
entre el vacio y el suceso puro,
de mi grandeza interna el eco espero.
Cisterna amarga, oscura y resonante,
rafiendo en mí, futuro siempre, un hueco.
¿Sabrás, falso cautivo de las frondas,
golfo mordiente de estas verjas frágiles,
secreto claro de mis ciegos ojos,
qué cuerpo a lento fin me va arrastrando,
qué frente a tierra ósea le induce?
Piensa aquí, una centella, en mis ausentes.
Clauso, sagrado, ardiendo sin materia,
trozo terrestre que a la luz se ofrece,
me place este lugar, sus teas múltiples,
su piedra y oro, sus sombrosos árboles ,
tanto mármol temblando entre estas sombras.
Fiel, la mar, duerme aquí sobre mis tumbas.
¡Perra espléndida, ahuyéntarne al idólatra!
¡Y si, tal un pastor, sonriente y solo,
misteriosos carneros apaciento,
albo rebaño de mis quietas tumbas,
aléjame las pávidas palomas,
los sueños vacuos, los curiosos ángeles!
Llegado aquí, pereza es el futuro.
Rasca la sequedad, neto, el insecto.
Todo ardió, se deshizo, fue a los aires,
a yo no sé qué esencia rigurosa...
Vasta es la vida, y ebria va de ausencia,
y la amargura es dulce, y claro el ánimo.
A ocultos muertos trata bien la tierra,
que los calienta y seca de misterio.
Allá arriba, absoluto, el mediodía,
en sí se piensa y en sí mismo acaba...
Testa completa y magistral diadema,
en ti soy yo transmutación recóndita.
¡Sólo yo puedo apaciguar tus ansias!
¡Mis dudas, quiebros, y arrepentimientos
son el defecto de tu gran diamante...!
¡Pero, en su noche de pesante mármol,
incierto pueblo, entre raíces de árboles,
se decidió, despacio, por tu causa!
¡Ya se han fundido en una espesa ausencia!
¡Roja arcilla abrevó en la blanca especie,
la gracia de vivir pasó a las flores!
¿Del muerto dónde están frases domésticas,
el arte personal, las almas únicas?
Donde brotaba el llanto, hoy larvas hilan.
Agudos gritos de jocundas jóvenes,
los dientes, la mirada, húmedos párpados,
Seno atrayente que amago con fuego,
Sangre brillante en labios que se rinden,
Dones últimos, dedos que los celan:
¡Todo a la tierra va, y entra en el juego!
y tú , gran alma , ¿esperarás un sueño
que no sea mentira de oro y olas,
como aquí muestra la onda al carnal ojo?
¿Cantarás cuando seas vapor leve?
¡Todo, huir! ¡También yo seré absorbido
y anulada será sacra impaciencia!
¡Hueca inmortalidad, negra y dorada;
consoladora del laurel pomposo,
que en seno maternal truecas la muerte:
¡oh bello engaño!, y ¡oh piadosa astucia!
¿Quién no conoce y quién no ha repudiado
esa risa indeleble en cráneo mondo?
Padres profundos, testas no habitadas,
que , obedeciendo a la piqueta, sois
tierra que va engañando nuestros pasos:
el roedor gusano irrefutable
no os concierne a vosotros , enterrados;
en mí su vida vive, y no me deja.
¿Amor, tal vez, u odio de mí mismo?
Su oculto diente está de mí tan próximo
que convenirle puede cualquier nombre.
¡Qué importa! ¡Quiere, ve, palpa, y ensueña!
¡Mi carne le gustó desde mi cuna,
esclavo vivo soy de ese viviente!
¡Zenón, cruel Zenón, Zenón de Elea!
¡Me atravesaste con tu flecha alada
que vibra, vuela, pero nunca vuela!
¡Me engendra el son y mátame la flecha!
¡Ah, el sol, el sol! ¡Qué sombra de tortuga
para el alma, si huyente Aquiles, quieto!
¡No, no! ¡De pie! ¡En la era sucesiva!
¡Rompa mi cuerpo esta pensante forma!
¡Beba mi entraña este naciente viento!
En la frescura que del mar se exhala,
mi alma torna... ¡Oh salífera potencia!
¡Correr al mar y renovar la vida!
¡Oh sí, gran mar, dotado de delirios,
piel de pantera y clámide horadada
por los mil y mil ídolos solares;
hidra absoluta, ebria de azul carne,
mordiendo siempre tu esplendente cola
en convulsión que llega a ser silencio!
¡Se eleva el viento! ¡Hay que intentar vivir!
Abre y cierra mi libro el aire unánime,
pulverizadas olas baten rocas.
¡Volad, paginas mías, deslumbradas!
¡Romped, olas! ¡Romped, con agua alegre,
El techo en paz que foques picotean!