Los Doce Trabajos de Hércules
El
Can Cerbero
Este ser mitológico era un perro de tres cabezas que custodiaba
las puertas del inframundo, donde residían las almas de los difuntos, éste se
encargaba de que no entraran los vivos ni pudieran salir los muertos. Euristeo,
encargó a Hércules que le trajera al can sabiendo de antemano que nadie podía
salir del infierno. Zeus para esta empresa le pidió a Hermes, conductor de las
almas que acompañara a su hijo. Hércules por su parte se inició previamente en
los misterios de Eleusis y se puso camino a Tenaro, donde se creía estaba la
puerta de entrada a los infiernos. Cuando llegó se encontró con Teseo
encadenado, Hércules le liberó de sus cadenas y emprendió el camino. Cuando
estuvo frente al dios Hades le solicitó a Cerbero, pero Hades le instó a que
fuera él mismo quién redujera a la bestia, y así lo hizo, con sus enormes
brazos, Hércules sometió al animal y se lo llevó a Euristeo, quien asustado
obligó a Hércules a que se deshiciera de él. El héroe lo devolvió a Hades
–Será la proeza que corone tu fama –le dijo con una pérfida sonrisa–. En el oscuro reino de Hades, donde habitan los muertos, hay un can. Su nombre es Cerbero y custodia las puertas infernales. Quiero que me lo traigas.
Cuando
Hércules oyó la orden de Euristeo, sintió terror. El mismo terror que todos los
mortales le tenían a Hades, el implacable dios que les impedía la salida a
quienes habían entrado en los Infiernos. Pero el héroe se sobrepuso y emprendió
la marcha. Zeus, que siempre seguía los pasos de su hijo, le pidió al dios
Hermes y a la diosa Atenea que lo acompañaran. Y juntos llegaron al Ténaro, una
de las bocas de entrada a los Infiernos, y comenzaron el descenso. Al ver a
Hércules, los muertos huían despavoridos. Solo dos se quedaron: Medusa y
Meleagro. La primera, un monstruo con cabellos de serpiente y grandes
colmillos, salió a su encuentro. Hércules, creyendo que estaba viva, desenvainó
su espada para atacarla. Pero Hermes le advirtió que solo era una sombra y
continuaron el camino. Más adelante, liberó a algunos humanos que, vivos y
encadenados, cumplían una condena por faltas tremendas. Y también sacrificó
unos animales del rebaño de Hades, para darles de beber sangre a los muertos
que querían recuperar un poco de vida. Finalmente, llegó al trono del dios de
los Infiernos. Hércules le expuso el motivo de su visita y Hades le respondió:
–Puedes llevarte a Cerbero, pero tienes que atraparlo sin la ayuda de tus
armas. Cuando el héroe se acercó al terrible can, desarmado y protegido solo
por la piel de león que le servía de coraza, este lo recibió con espantosos
aullidos. Cerbero era un espeluznante perro de tres cabezas, cola de dragón,
garras y colmillos como puñales de acero, y su lomo estaba cubierto de erizadas
cabezas de serpientes. Hércules lo tomó por el cuello y, aunque el perro lo
mordió y lo picó varias veces con la punta de la cola, la presión de sus manos
fue aumentando más y más, hasta dejarlo sin aliento. Como Cerbero sintió que se
ahogaba, se rindió y aceptó seguirlo dócilmente. Juntos emprendieron el ascenso
hacia el mundo de los vivos y, luego, el camino de regreso a Micenas. Pero
cuando Euristeo los vio llegar, se aterrorizó tanto por el aspecto y los
horribles ladridos del animal, que corrió a esconderse en su vasija de bronce.
Entonces, Hércules le devolvió el perro a Hades, para que continuara
custodiando la entrada al reino de los muertos. Y así fue como, después de este
último trabajo, quedó libre de su servidumbre a un rey débil y envidioso. A
partir de entonces, emprendió otras aventuras que lo hicieron más célebre
todavía.
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