Canciones a
Guiomar
I
No sabía
si era un limón amarillo
lo que tu mano tenía,
o un hilo del claro día,
Guiomar, en dorado ovillo.
Tu boca me sonreía.
Yo pregunté: ¿qué me
ofreces?
¿Tiempo en fruto, que tu
mano
eligió entre madureces
de tu huerta?
¿Tiempo vano
de una bella tarde yerta?
¿Dorada ausencia
encantada?
¿Copia en el agua dormida?
¿De monte en monte
encendida,
la alborada
verdadera?
¿Rompe en sus turbios
espejos
amor la devanadera
de sus crepúsculos viejos?
II
En un jardín te he soñado,
alto, Guiomar, sobre el
río,
jardín de un tiempo
cerrado
con verjas de hierro río.
Un ave insólita canta
en el almez, dulcemente,
junto al agua viva y
santa,
toda sed y toda fuente.
En ese jardín Guiomar,
el mutuo jardín que
inventan
dos corazones al par,
se funden y complementan
nuestras horas. Los
racimos
de un sueño -juntos
estamos-
en limpia copa exprimimos,
y el doble cuento
olvidamos.
(Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: no puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una
ni aun de varón y mujer).
-
Por ti la mar ensaya olas
y espumas,
y el iris, sobre el monte,
otros colores,
y el faisán de la aurora
canto y plumas,
y el búho de Minerva ojos
mayores.
Por ti, ¡oh Guiomar!...
III
Tu poeta
piensa en ti. La lejanía
es de limón y violeta,
verde el campo todavía.
Conmigo vienes, Guiomar;
nos sorbe la serranía.
De encinar en encinar
se va fatigando el día.
El tren devora y devora
día y riel. La retama
pasa en sombra; se desdora
el oro del Guadarrama.
Porque una diosa y su
amante
huyen juntos, jadeante
los sigue la luna llena.
El tren se esconde y
resuena
dentro de un monte
gigante.
Campos yermos, cielo alto.
Tras los montes de granito
y otros montes de basalto
ya es la mar y el
infinito.
Juntos vamos; libres
somos.
Aunque el Dios, como en el
cuento
fiero rey, cabalgue a
lomos
del mejor corcel del
viento,
aunque nos jure, violento,
su venganza,
aunque ensille el
pensamiento,
libre amor, nadie lo
alcanza.
-
Hoy te escribo en mi celda
de viajero,
a la hora de una cita
imaginaria.
Rompe el iris al aire el
aguacero,
y al monte
su tristeza planetaria.
Sol y campanas en la vieja
torre.
¡Oh tarde viva y quieta
que opuso al panta rhei su
nada corre,
tarde niña que amaba a su
poeta!
¡Y día adolescente
-ojos claros y músculos
morenos-,
cuando pensaste a amor,
junto a la fuente,
besar tus labios y apresar
tus senos!
Todo a esta luz de abril
se transparenta;
todo en el hoy de ayer, el
Todavía
que en sus maduras horas
el tiempo canta y cuenta,
se funde en una sola
melodía,
que es un coro de tardes y
de auroras.
A ti, Guiomar, esta
nostalgia mía.
Antonio Machado
(Sevilla, 26.10.1875 –
Colliure, 22.02. 1939)
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